La amante sin dientes de Hugo Viladegut.
Por: Rafael Gonzales Pinchi/
No hay muestra más segura del carácter de una persona como la voz. Una voz es una personalidad. Bien lo sabe Hugo Viladegut, quien se levanta, firme, cada día para visitar a su amante. Su esposa, Lucy, lo sabe. Lo permite: que la amante hable un lenguaje caliente y tenga loco a su marido todo el tiempo.
Él es locutor periodista y voz insigne de RPP (Radio Programas del Perú). Piensa que la radio es la amante perfecta. “Ella no admite otra ocupación más que sí misma”, nos dice, en una clase en San Marcos, un martes de octubre. Lucy lo ha acompañado. Está sentada en un pupitre, sonriente, y toma fotos. No le importa que la radio sea muy exclusivista ni que Hugo hable de ella delante de otros.
Él habla sobre su naturaleza: “la radio explica los problemas”. La radio no desapareció ante los periódicos, ni ante la televisión. Como buena darwinista se ha tenido que adaptar. Es coqueta, inteligente y de armas tomar. “Te habla al oído”. Aun con la masificación del teléfono no sucumbe. De hecho, saca provecho del mejoramiento del magneto de ondas.
Para comunicarse con ella Hugo usa elementos propios del lenguaje radiofónico: palabras, música, silencio y efectos. Hay una preparación detrás, saber impostar la voz. Es decir, disponer la voz para que resulte sonora-bella, fácil y seductora. Un ejercicio que se recomienda es reírse a carcajadas fingidas (ja, ja, ja). El efecto es como el de un cajón de resonancia de una guitarra, y la voz se amplifica sin economía de esfuerzo.
Hugo, parado, desde un rincón derecho, cambia diapositivas. Lee en voz alta. Las erres salen del estómago. Las emes del pecho. Su amante es diversa. Una variopinta de rostros. Radionovela, radioteatro, radioarte, charla radial, monólogo, testimonio, collage testimonial, y otros formatos más.
―Era un hombre que vivía al borde del mar y que coleccionaba machas― dice Hugo, sin avisar. Un dedo en la primera diapositiva. Señala Radionovela, y repite, intentando explicar algo; ejemplificar―: Era un hombre que vivía al borde del mar y que coleccionaba machas.― Mira a los alumnos de la primera fila a ver si la han pillado. Confirman. Caritas de «Profe, sí entendí». Hugo cambia de diapositiva.― Tengo que contarles― dice, solemne. El índice señala Testimonial―: esta mañana conocí a un hombre que recolectaba machas … al borde del mar.
Acaba de exponer cómo se comunica con su amante en dos formatos distintos. Su esposa, atenta, con una mano en las piernas y otra apoyando la mejilla, sonríe despacito. Mira a su esposo en complicidad. Él también. Continúa la explicación. Habla sobre el lenguaje estándar que debe manejarse. Y sobre cómo debe construirse una charla. En medio de la exposición, realiza una pausa. Se lleva un dedo a la boca. Déjenme contarles cómo era la radio al inicio, dice.
Al inicio, la radio tenía rasgos de tribu. La gente del barrio se reunía y escuchaba los programas. Existía una suerte de conjunto, casi de ritual. Poco a poco, eso fue cambiando, madurando hasta lo que es hoy en día. Un medio de comunicación en masa para gente en masa, pero que no necesita que estén reunidos. La radio puede llegar individualmente a cada escucha.
No llega sola. Va acompañada de la voz del locutor, que incide en miles de oyentes. Por eso hay que cuidar la línea. No fumar. No tomar bebidas muy frías ni muy calientes. Ni alzar la voz sin necesidad. Mientras se maneje todo eso, la voz irá como un río, que canta al mediodía y dentro de los hombres. La voz es una personalidad, y como tal, debe tener rasgos únicos.
Hugo posee un timbre característico —lo que hace que se pueda diferenciar una voz de otra—: tiene una voz grave. No hay un monopolio de esto. La elevación del sonido producido por el número de vibraciones es alta para muchas personas. Pero hay un no-sé-qué cuando lanza las últimas sílabas. Ronco, pausado, como de tenor sin canto.
Si una persona levanta la voz en una fiesta o si la baja al hablar en un templo depende de la intensidad. Esta se puede graduar y proyectar. Hugo no necesita gritar en el aula; tiene conciencia del alcance de su voz, de su profundidad de campo. Los escuchas de la primera y última fila están atentos como evidencia.
La mayoría nunca ha visto a Hugo. Tiene mucho de anónimo. Le pasó lo mismo a Pavarotti, tenor con canto, en los Juegos Olímpicos de Italia, Turín, 2006, cuando recitaba Nessun Dorma: “Nadie duerme, nadie duerme. Ni siquiera tú, ¡oh Principessa!”. Poco había en ese rostro de conocido para el público, mas esa voz … Lo ovacionaron tras 5 largos segundos de silencio.
El silencio también dice algo. Es el sonido del aplauso de una sola mano. O de dos labios cerrados y una pausa. Y una pausa es un intervalo de reloj mudo que se da al realizar un silencio corto, con la intención de que el escucha reflexione un poco acerca de lo que se dice. Causa un efecto único cuando se sabe usar. En clase, por momentos, Hugo hace pausas. Deja a la mayoría expectante sobre qué dirá y cómo lo hará.Las diapositivas se van acabando. Y acaban. Hugo reparte unas encuestas. Se toma un par de fotos con los alumnos. Se despide. Lucy se acerca a él. Él a ella; caminan tomados de la mano. La mira, callado, extraviado, mientras ella habla. Lucy muy de andar lento, los pies muy juntitos, intercalando tacones. Hugo le susurra al oído. Sonríen complacidos. “Nadie duerme, ¡oh Principessa!”. La amante de Hugo no tiene dientes y no puede besar. Su esposa sí.
Voz, eterna compañera
Por: Natalia Gutierrez Blanco
Hugo Viladegut, periodista y locutor de radio, dio una charla en la Facultad de Letras donde él y su voz se encargaron de encantar a muchos, por no decir a todos.
No fue necesaria una presentación para reconocer a quien nos daría una charla esa mañana. Pasaban las diez, el aula estaba con todas las cortinas completamente estiradas y la luz incandescente del ecran era más que suficiente para alumbrar el lugar. Hugo Viladegut, conocido locutor y narrador de noticias, se encontraba con nosotros hablando sobre el lenguaje de la radio.
Era un hombre alto -muy alto-, de tez clara, con manos grandes, ojos pequeños como forma de las gotas de agua y su cabello tenía tonos marrones y por los lados se podían notar unas incipientes canas. Llevaba un traje azul marino con camisa blanca, un reloj en la muñeca derecha y en la mano izquierda una sortija de casado.
Junto a él se encontraba su compañera, nada tímida y bien preparada para la ocasión. Era quien lo había acompañado de toda la vida, quien había estado en sus peores y mejores momentos, quien estuvo de protagonista junto a él en aquellas tardes de lonchecito, quien había marcado para siempre el sello distinto de Hugo Viladegut y quien seguramente lo acompañaría hasta el último de sus días: su voz.
Su voz estaba más elegante que nunca. Con tantos años de experiencia, la forma en que se relacionaba con los oyentes era muy natural, se desenvolvía con total soltura y no dejaba tiempo para distracciones. Era una voz tan atractiva que en el segundo exacto en el que uno perdía la concentración, cambiaba los tonos para otra vez mantenernos atentos, despiertos, prestando atención.
Su exposición pasaba de un tema a otro, con la radio como tema central. Un cuarto pasada las once, ¿cómo cabía una hora en cinco minutos? La charla no se sentía tediosa, muchos menos aburrida ¿cómo podía? Si con esa voz los segundos pasaban desapercibidos.
Así, ambos se encontraban frente al público, una intangible y otro concreto, seguros de sí mismos, con un porte que exudaba profesionalismo. Por su parte, la voz encantaba a tal punto que uno podía simplemente cerrar los ojos y oír sus graduaciones, dejando el contenido como un eco que llenaba la habitación.
“…Tan difícil es conseguir agua en Piura, el desierto está por aquí, a la izquierda, a la derecha, de frente y en la espalda. Arena. Viento. Calor… ¿Calor? ¡Qué calor! ¡QUÉ CALOR!…”, Hugo Viladegut siguió con la charla, estaba explicando un formato llamado radioteatro. Voz y hombre eran uno solo, no era una explicación simplista de técnicas utilizadas para hacer informes radiofónicos, era la actuación misma hecha sonido.
Si algo era evidente era que ambos llevaban tanto tiempo trabajando juntos que, cual cómplices, solo necesitaban una mirada para saber cuando “danzar”, postura y sonido, contenido y modulación, una dupla que a kilómetros de distancia podía reconocerse, porque era imposible escuchar aquella voz con tan adecuado contenido y no saber de quién se trataba.
Faltaba, sin embargo, su presentación final, la última “danza”, una muestra de la gran potencia a la que podían llegar ambos. La charla había llegado a su fin, solo restaban las preguntas finales. Casi por accidente, el tema de la timidez y la mala relación que uno puede llevar con su voz salió a la luz. Fue ahí cuando Hugo y su compañera nos dieron uno de los más grandes -y quizás uno de los menos guardados- secretos: la respiración.
Solo un poco de biología fue necesaria para que ambos hagan la perfecta presentación. Una larga y especial respiración dio paso a la cumbre de su experiencia… ssss… el sonido al inhalar era como tambores retumbando… mmmm… aumentaba la potencia… mmm ¡¡MA!! Y en menos de un segundo, esa potencia volvió a su estado natural: “¿Qué he hecho?” decía Hugo, mostrando con total destreza que él y su voz manejaban completamente a su cuerpo, cada músculo, cada hueso, cada parte de sí mismo.
Unos cuantos minutos pasada la una de la tarde. Con estruendosos aplausos, oficialmente, se daba por concluida la charla. Ni siquiera las palmas de más de veinte personas eran suficientes para igualar la elegancia y la potencia de minutos atrás. Hugo y su voz llevaban 67 años juntos, tiempo suficiente para llegar a una complicidad inigualable y una sabiduría digna de respeto.
Ambos salieron por aquella puerta azul característica de las aulas de la Facultad de Letras, con la satisfacción de haber hecho, nuevamente, un espléndido trabajo. Hugo Viladegut y la voz de América.
La carne se hizo voz
Por: Jesús Huaman Durand
Qué sería de la vida sin la radio y sin la imaginación ininterrumpida que muestra con coraje aquellas fantasías que solo el hombre puede representar en su pensamiento. La radio es uno de los pocos medios que hacen explorar nuestra imaginación, más aún si aquel que está atrás del micrófono es capaz de hacer sentir emociones profundas. Hugo Viladegut, locutor de radio, lo vivió en “carne propia” y dio testimonio de ello en la clase que expuso.
Cálido sol hubo aquel martes 28 de octubre que iluminaba con furor la ciudad universitaria de San Marcos, al interior de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas se encontraban los estudiantes del curso de Redacción Básica esperando la llegada de la profesora quien, al aproximarse al aula, mostraba su característica sonrisa, aunque en esta ocasión se le notaba más alegre de lo normal. Todos entraron al salón de clases y la profesora, de manera jubilosa informó que la clase del día iba a estar a cargo de Hugo Viladegut Bush, mejor conocido como “la voz de RPP”, locutor de radio que realizó sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Educación) y de la Pontificia Universidad Católica del Perú (producción de radio).
Poco tiempo después, hizo su aparición en el salón un hombre de tez clara, cabello ondulado y castaño que se confundía entre las canas (comunes de un hombre mayor), alto y abotagado, sonriente y con una mirada profunda pero no intimidante, un porte de hombre maduro, experimentado y noble. Vestía un terno azul marino, sin corbata, una camisa blanca impecable y unos zapatos color café que combinaban muy bien con su atuendo. Además, llevaba unos lentes consigo para explicar su clase. En síntesis, es un hombre que inspira calidez, y una firmeza increíble.
Antes de empezar, se le dio la bienvenida con una pequeña y amena presentación, aunque un personaje de tamaña trayectoria no requiere de presentación alguna.
Empezó la clase saludando a los alumnos y explicando brevemente el objetivo de su clase. Me senté con bolígrafo en mano y un cuaderno de apuntes. El tema que desarrollaba trataba sobre el lenguaje radiofónico en las radios on-line, según sus propias palabras, la radio es “uno de los más difíciles y estresantes trabajos de periodismo”. Tal y como, mis compañeros y yo escuchamos en la radio, su característica voz grave y peculiar fue aquella cualidad del locutor lo que llamó la atención de todos los presentes en el salón. Viladegut explicaba los tópicos de la comunicación radial con un desenvolvimiento digno de admirar. Los nervios no se hacían presentes ni las muletillas, más bien, su manera de explicar la clase, la notable y perfecta dicción hacía parecer que estuviera una historia y no una clase.
La voz, cualidad característica de todo ser humano, es la principal herramienta de trabajo de todo aquel que incursione en el mundo de la radio, además de un correcto uso de esta y acompañado de una dicción prodigiosa, y como una suerte de predestinado, Hugo Viladegut posee estas cualidades que lo han convertido en voz símbolo de RPP, y de la radio nacional.
Pero las palabras no serían profundas si no existe pasión para esparcirlas por el mundo y Viladegut derrocha pasión en cada escrito que lee, en cada palabra que expresa, y no solo eso, sino que logra transmitir esa pasión a los oyentes con una naturalidad difícil de igualar. Una persona humana que recorrió en algún momento los mismos pasillos que ahora recorremos nosotros. En síntesis, un ejemplo vivo de la superación y de la felicidad.
Después de una larga y entretenida clase, se me quedó una frase de Bernard Shaw que Viladegut citó dentro de su exposición:
«Escribe corto para que te lean, claro para que te entiendan y entretenido para que te recuerden»
Y con esta frase cierro mi crónica. Más allá de lo que se pueda apreciar en el mensaje, considero que dentro de aquel está inmersa una pasión implícita, la esencia de la frase, cualidad indispensable de personajes celebres como lo es Hugo Viladegut, un hombre, de los pocos predestinados, que nació con el talento para ser lo que es, y encontró la pasión en el camino.
El hombre de la voz grave nos visitó
Por: Jorge Huaynapomas Gonzales
Sin duda alguna Hugo Viladegut es la imagen representativa de Radio Programas del Perú (RPP), este hombre con su imponente voz impacta en los oyentes como ningún otro locutor puede hacerlo. Y es que al margen de su apretada agenda se tomó la molestia de venir y dictar un clase magistral en su tan extrañada Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, su alma máter.
Eran las 11:00 am y el invitado de honor aun no llegaba, la mayoría de alumnos ya se encontraban sentados en sus sillas esperando con ansias la llegada de Hugo Viladegut. Pasaron más de 15 minutos y recién el invitado llegó al salón acompañado de su esposa, tal como lo mencionó, la tardanza no era parte de él pero por una cuestión externa lamentablemente no pudo llegar a tiempo.
El hombre era alto, de tez blanca, un poco robusto y con una voz que podías escuchar por más lejos que te encontraras.
Inició su clase magistral contando una pequeña anécdota sobre el diario La República y la inserción de las computadoras, las cuales generaron un cierto rechazo en algunos periodistas. La conclusión final de su pequeña anécdota fue “ El que se queda en el camino, el solo hecho de quedarse inmóvil ya está perdiendo porque el tiempo avanza” con esto Viladegut deja bien en claro que él es una persona que se encuentra en constante cambio, y es que para la voz representativa de RPP el cambio es la constante.
Continua y continua la clase magistral, lo pequeño del salón le da mas potencia a la voz del expositor. En un momento cuenta otra anécdota y recuerda a uno de los grandes, una luminaria, Luis Alberto Sánchez, quien en palabras del mismo Viladegut fue político, historiador, periodista, escritor y mentor de la profesora Jacqueline Oyarce.
Con una explicación clara y concisa el hombre de la potente voz exponía como la radio se diferencia de otros medios y como esta tiene ese poder para llegar a la gente de manera directa.
Al final dio un par de tips de redacción, los cuales nos podrían servir mucho en nuestra carrera como comunicadores, con toda esta exposición más parecía que nos estaba dando una clase de redacción super avanzada, de hecho durante su exposición él mencionó que en su trabajo el tiempo que le otorgan para hacer una redacción es sumamente mínimo y que ese es el mundo al que nos enfrentaremos cuando terminemos la profesión.
Palabras sabias, anécdotas, reflexiones y datos muy interesantes, estas son las cosas que podrías presenciar si alguna vez Hugo Viladegut se anima a dictar una clase magistral para ti y todos tus compañeros. Y es que sin duda la voz de RPP es y será siempre un icono de la radio en el Perú.
Voces que no se olvidan
Por: Orlando Lloclle Huillca
Cada palabra expresa un significado, pero cada voz da sensaciones que resultan significativas. Porque las palabras se entienden, sin embargo, las voces nos llegan al alma. Fue la impresión que dejó un locutor que acompañó a varias generaciones.
La mañana del 29 de octubre, un poco antes de las 11de la mañana, los pasillos de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM recibían a un hombre cargado de experiencias, ansioso de contar mil y una historias, sin embargo, también deseoso de escuchar las anécdotas de los estudiantes.
Hugo Efrain Viladegut Bush es periodista y locutor, pero algo que habíamos soslayado es su formación en enseñanza. Sí, es profesor. Hace varios años, él también pasó por la Decana de América. Corriò, estudiò, conversò en los mismos pasillos que hasta hoy hacen historia. Así como muchos personajes ilustres que hicieron de la universidad, su càlido hogar. Arguedas, Vargas Llosa, entre otros. Sin embargo, algo por lo que es recordado hasta nuestros días, es su papel fundamental como narrador de noticias en RPP. Sus palabras evocaban pensamientos, empero su voz despertaba sentimientos. Era una especie de alegría y sorpresa. con varias sonrisas porque al fin se develò el rostro de una voz que durante años fue anònima. Una voz que cautiva con una marca y estilo único. Esa que le da presencia a la radio hasta hoy.
Entre pasillos, una sombra imponente se aproximaba, ascendía por la escaleras. Se dirigía al aula, 17B. Por un segundo, las miradas del público se congelaron. Sus rostros denotaban asombro, pues frente a ellos se posicionó alguien. Un sujeto prominente, circunspecto. Con una mirada minuciosa, detenida en el público. Un traje azul que daba más volumen a su presencia. Y fue allí que todo empezó. Sus palabras explicaban historias y se escuchaba una voz firme que se regulaba de acuerdo a lo que decía. Así cautivó la atención del público asistente. Las palabras iban y venían. Él se desplazaba de un lado a otro. Sus manos parecían dirigirlo. Había calma en él. Su voz mudaba de acuerdo con lo que contaba. Nuestros ojos los seguían en su andar, y es que en nuestros interiores recordábamos esa voz de la radio. Un viaje fugaz al pasado. Ahora esa voz tenía un rostro que nos estaba observando, tal vez evaluando porque también parecía esperar una respuesta de nosotros. Algunas voces se sintieron intimidadas, sin embargo otras se animaron a intervenir.
Entre muchas miradas, había una que era diferente. Su voz parecía hipnotizarla una y otra vez. Era ella, su compañera de vida. Fiel acompañante a cada una de sus presentaciones, quien lo observaba con detenimiento. Como esperando alguna señal para poder asistirlo. Lo seguía con la mirada aunque sus manos se frotaban entre sí. Había algo de ansiedad en ella. Estos síntomas se reconocen a distancia y solo había una explicación: admiración. Hubo momentos en que sus miradas se conectaban. Eran cómplices.
Y así, entre risas y alegría, la charla estaba acabando. Nadie se ocupó del tiempo. Y es que fue entretenido escucharlo. Entre cálidos aplausos lo despedimos. Una emotiva despedida representada en una fotografía. Para llevarnos en la memoria su presencia. Prometimos volvernos a ver para escucharlo una vez más. Para sentarnos nuevamente a apreciar esa voz que durante años nos ha acompañado y que aùn tiene mucho por contar.
Fue entonces que Hugo salió junto a ella, su fiel acompañante. Dejando atrás esa aula azul, tan común de la Facultad de Letras. Se alejaban por los pasillos llenos de satisfacción porque habían sido escuchados. Sentían que lo habían conseguido de nuevo: cautivar a sus oyentes con una voz tan particular. Todos hemos oído muchas historias desde la mirada del otro, pero aquí, él nos decía lo que hizo y parecía revivirlo. Sus labios iban moviéndose en cada palabra y se regulaba con un tono diferente. Usaba una modulaciòn diferente para explicar cada materia. Fue una más de las muchas batallas que él tendrá, sin embargo desaparecía a lo lejos con ese sabor a victoria de haber hecho un buen trabajo nuevamente.
Lima, 23 de diciembre de 2019
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