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«Es en la cárcel donde escribe «De los Nombres de Cristo», libro en el que elogia todos los símbolos en que se envuelve el Altísimo. Pero él no está solo en su celda, hasta a élla, llega el recuerdo de las vibraciones del arpa de Salinas, y él es también una arpa tañida por ¡sabe Dios qué dedos celestiales! Sed de cielo y de paz. Aspiración suprema de lo azul azul. Beso en el manto de la «virgen de sol vestida y luces eternales coronada».De esta época data el situarse entre los más excelsos místicos de la poesía castellana. Con San Juan de la Cruz, repetimos, y Teresa de Avila, es el candelabro de oro de tres brazos que ilumina desde hace cuatro siglos el rostro del Supremo. Ascención pura. Serenidad. Beatitud interior. Todo él es «un corazón de nubes rodeado».»Ya no se habla del bajo mundo, sino como de una sombra vaga, como medio olvidada, como de una remota reminiscencia que no llega a enturbiar el supremo goce de la perfecta serenidad». Es la anticipación de la bienaventuranza, como dice Manuel de Montoliú. Salamanca quedó a obscuras con su ausencia, y al volver a su cátedra, después de cinco años de presidio».
Peña Barnechea, E. (1929). Glosa a Fray Luis de León. Letras (Lima), 1(1), 178-180. https://doi.org/10.30920/letras.1.1.13
Lima, 19 de octubre de 2020