[LIBROS FAVORITOS] «Habitación en Roma», de Jorge Eduardo Eielson

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Eielson
Por: Oswaldo Bolo Varela

I

Si el arte nos conmociona y si “vivir es una obra maestra”, la poesía-vida de Jorge Eduardo es una experiencia que sacude y descoloca. Escribió varios tratados emocionales, una educación sentimental a la que afortunadamente, recién por estos años, podemos acceder con facilidad: palabras (e imágenes) sobre nuestros cuerpos frágiles, palabras/imágenes sobre algunos personajes amados con entrega y devoción, palabras-imágenes-exploraciones sobre aquello que parece pero no es.

Su testimonio poético más emocionante, para mí y por estos días, se titula Habitación en Roma ([1955] 2008). Creo que, entre muchas otras cosas, es un poemario sobre la soledad.

Creo también que es un poemario parcialmente escrito para conflictuados o atormentadas que salen a caminar. Sujetos desesperados cuya emoción podría simbolizarse en esas ganas por dejar la habitación y, tratando de buscarse la calma fuera, salir a caminar –a huir– por las calles de la ciudad. A ellos, a todos nosotros, Eielson va a decirles que ese gesto solo agudiza la desesperación.

Originalmente, el manuscrito lo componían veinte poemas; luego, en la edición que Lustra tiró, Martha Canfield le añadió uno más, también un prólogo que orienta y una entrevista que conmueve. Solo luego de cincuenta y tres años se publicó como un libro independiente; antes, formó parte de ese libro ahora inhallable llamado Poesía Escrita.

Son versos para caminantes, decía. Describen algunos lugares emblemáticos (y ruinosos) de esa Roma de posguerra y a varios de los sujetos emputecidos que por allí deambulan. Pero, sobre todo, son poemas que reflejan el vaivén emocional del sujeto que camina, duda y (se) contempla.

II

Ejemplifiquemos un poco, para que la belleza esté certificada. No pretendo hacer aquí un análisis lírico, sino tan solo comentar algunas ideas sueltas sobre algunos versos. Algo así como por qué me gustan mucho. Piensen en ese fan que canta con desafino pero emoción las canciones de su artista favorito: así me posiciono al escribir estas líneas. Así que vayamos con tres títulos largos y tres extractos más cortos de Habitación en Roma.

Al principio, abriendo el libro, aparece Elegía blasfema para los que viven en el barrio de San Pedro y no tienen qué comer: un señalamiento del descrédito que posee la institución más antigua de nuestro mundo, una duda burlona sobre el poder de la Iglesia: «(no haber visto nunca el cielo / significa solamente / no tener dinero / ni para los anteojos)».

Luego, un poco más adelante, Poema para leer de pie en el autobús entre la puerta Flaminia y el Tritone: un manifiesto sobre el despojo, la precariedad y lo absolutamente jodido que uno debe estar para andar «pidiendo limosna a las nubes / desenterrando objetos llameantes / buscando a dios entre las patas de una mesa».

Veinte páginas después, recordándonos que «amanecer es horrible / en estas condiciones» y que «¿cómo pueden reclamar / lo que nunca han conocido / sino en los pálidos versos de un pálido poeta», está Poema para destruir de inmediato sobre la poesía, la infancia y otras metamorfosis. Un reclamo hacia su pasado.

Estos no son los únicos buenos poemas, por supuesto. Algunos que recuerdo ahora con fugacidad: Campidoglio, donde te confiesa que «usted no sabe cuánto pesa / un corazón solitario»; Via Veneto, que es una duda sobre su materialidad (y utilidad) como poeta: «Me pregunto / si realmente poseo / una cabeza y dos pies / y no tan solo guantes / y zapatos y sobrero»; y Albergo del Sole II, uno de mis poemas dolorosamente favoritos, en el que Eielson se arrepiente de algo y propone que «un día tú un día / abrirás esa puerta […]/ y verás un trapo inmundo / en lugar de mi alegría».

III

Leer a Eielson resulta estimulante, también interpelador. Y creo que esto se ejemplifica bien en el poema que posiblemente más me conmueva de este libro, y con el cual acabo este escrito (una breve invitación a que hallen sus poemas y también se dejen conmover). Se llama Junto al Tíber la putrefacción emite destellos gloriosos y es un poema de amor, de amor por la humanidad. Es una extensa vacilación sobre el sentido que tiene hacer estética y no política, sobre la validez moral de escribir versos cuando hay hambre alrededor: un dilema ya bastante conocido, pero no por ello carente de vigencia. El poeta se resuelve en este dilema proponiendo que «su vergüenza es solo un manto de palabras». Es decir, que escribe porque justamente siente vergüenza y así, con este acto, algo de ese adormecimiento que frecuentemente se reclama a la escritura se va. Sus versos ya no será versos dormidos, dice Jorge Eduardo, sino balazos. Una posibilidad para la subversión de la palabra:

Junto al Tíber la putrefacción emite destellos gloriosos

heme aquí juntando

palabras otra vez

palabras aún

versos dispuestos en fila

que anuncien brillantemente

con exquisita fluorescencia

el nauseabundo deceso

del amor

millares y millares

de palabras escritas

en un wáter-close

mientras del cielo en llamas

de roma

cuelgan medias y calzoncillos

amarillos

cómo puedo yo escribir

y escribir tranquilamente

y a la sombra de una cúpula impasible

de una estatua

que sonríe

y no salir gritando por los barrios horrendos

de roma

y lamer las llagas de un borracho

desfigurarme la cara

con botellas rotas

y dormir luego en la acera

sobre los excrementos tibios

de una puta o un pordiosero

podría llenar cuartillas

y cuartillas aún peores

contar historias abyectas

hablar de cosas infames

que nunca he conocido

mi vergüenza es solo un manto

de palabras

un delicado velo de oro

que me cubre diariamente

y sin piedad

pero si algún día

un instante junto al tíber

sin un ruido

ni un silbido

ni una nube

ni una mosca

al pie del río

con tan solo

un cigarrillo

una cerilla

y una silla

en tanto estío

se levanta en mí un sollozo

¡oh maravilla!

semejante a una montaña

o a un mosquito que aparece

cada siglo en el cenit

aquel día

yo os lo juro

arrojaré al canasto

el universo entero

renacerá el amor

entre mis labios resecos

y en estos versos dormidos

que ya no serán versos

sino balazos

Jorge Eduardo Eielson, 1955

Por: Oswaldo Bolo Varela

Lima, 16 de setiembre de 2019

@MediaLabUNMSM

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