Resulta injusto, y a la vez comprensible, suponer que Puno se reduce a la mundialmente famosa festividad de la Virgen de la Candelaria. Fernando Valcárcel, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, ha rescatado del olvido, o de la ignorancia en algunos casos, piezas musicales académicas, así como el cuento Zorro, zorrito de José Luis Ayala y los ha sumado a las tradicionales danzas y músicas puneñas.
Un espectáculo artístico que reúne a la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Nacional de Niños, el Elenco Nacional de Folclore, el Conjunto de Sikuris Escuela Nacional Superior de Folklore “José María Arguedas”, el Grupo de Arte 14 de setiembre de Moho, la Estudiantina Amancaes y el narrador Zenón García. La puesta en escena es un sincretismo en el cual la música académica se fusiona con la popular, un complemento que progresivamente se equilibra con altas cargas sensitivas.
La entrada de los sikuris al escenario recorriendo las butacas, deja a la vista del público la variedad de instrumentos como zampoñas y tambores y equilibra la puesta en escena con la interacción y participación de los asistentes al estar tan cerca del espectáculo, proporciona la sensación de formar parte de la función, lo cual se siente como una referencia vital a la festividad religiosa original. Se complementa música y visión para estimular al público y lograr el goce de una experiencia artística satisfactoria.
El cuento Zorro, zorrito compuesto musicalmente por Edgar Valcárcel, tal como Pedro y el lobo, de Serguéi Prokófiev, encarna a los instrumentos en animales y en el ambiente. La dulzura de la flauta da vida a una mariposa, del mismo modo, los timbales, retumban como el trueno. Todos los personajes son los instrumentos, a su vez, acompañados del Coro Nacional de Niños que representan al pueblo. La imagen mental que produce el sonido del cuento recuerda felizmente que, en la música, fondo y forma son lo mismo.
La narración de Zenón García no solo acompaña el fondo musical fabuloso, sino que su voz se convierte en un instrumento más que resuena, más que en el teatro, en el corazón del espectador y lo guía por el altiplano en una persecución del zorro con un tempo musical que mantiene al oyente estremecido por la expectativa apasionante.
El contraste entre la vestimenta elegante de la sinfónica y los trajes coloridos llamativos forman una mixtura enriquecedora. La visión es premiada con los bailarines al compás de la música, y los disfraces de la Diablada se conjugan con luces rojas que sugieren un infierno jovial, lleno de misticismo e historia.
La re-valoración de la cultura puneña, no pudo tener más digno homenaje, una puesta en escena que trasciende y pone en lo más alto del pedestal, como en la cima de la montaña, a nuestra tradición, nuestra festividad y nuestra música que, a su vez, es universal y eterna.
Texto y foto: Aldair Guerra Perez