El amante de las noches pagadas

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Un hotel en Vitarte fue escenario del asesinato de Eduardo Flores, quien mantenía una relación poco clara con Olga Moyano, su homicida. La comercialización de fotografías que presentaban escenas de la actividad sexual entre ambos sería la razón del crimen.

Supe su nombre real cuando me enteré que asesinó a uno de mis vecinos. Olga Yolanda Moyano Huaigua, o simplemente «Yola» para quienes la vieron caminar por las calles del barrio donde crecí (El Olivar de Vitarte), acabó con la vida de Eduardo Flores Valenzuela, con quien mantenía una relación extramatrimonial por casi 8 meses, en la habitación 204 del hostal Los Jazmines, ubicado en la urbanización Las Brisas.

La noche del miércoles 31 de diciembre de 2008, la señora de oficio desconocido a sus treinta y cinco años de edad y el joven albañil de 26 años se dirigieron al establecimiento anteriormente mencionado. Como en muchos hostales de la zona, no es necesario presentar documento de identidad ni registrarse para dar uso a sus habitaciones. Quizá por eso «Yola» escogió ese lugar para cometer su «venganza”.

“No estoy arrepentida de lo que pasó. Él me hacía brujería con las fotos que tenía. Yo recién me he dado cuenta de esas cosas”, dijo la homicida a las cámaras de una televisora local luego de ser detenida por las fuerzas policiales.

«Yola» también era conocida en el barrio como «La Barbi», los motivos me eran extraños pues su desproporcionada figura se alejaba demasiado de la muy famosa muñeca. Yo también la conocí con ese pseudónimo sin buscarle sentido alguno.

—Así también le decían «sus amigas»— decía Jhony, el chismoso de la cuadra—. Ya tenía un buen tiempo en «la vaina»—. En el barrio se rumoreaba que la señora ejercía la prostitución pese a mantener un matrimonio con Eduardo Soto Poma, con quien tiene dos hijas, de 16 y 14 años cada una.

Los rumores no solo fueron emitidos por personas del barrio en el que vivo —la convicción de estas personas me hace pensar que probablemente fueron clientes suyos en algún momento— sino también por otras de distintos lugares.

—Recuerdo que una vez la vi pasar por la calle. Yo estaba en una combi cuando oí al cobrador darle un piropo a «La Barbi» y luego decirle al chofer «ella es, pe»— me cuenta Jhony mientras coge una piedrecilla del suelo para arrojarla contra los perros que se acercan.— Yo… ya la había visto con muchos tipos, en distintos lugares, así que no me sorprende lo que salió en los periódicos.

Los medios que difundieron la noticia trataron el tema como un crimen pasional, pero lo curioso del caso fue que todos publicaron la noticia bajo el siguiente titular: «Mujer degüella a su amante». Si bien el joven fue herido con un corte en el cuello producido por la mujer, la relación que mantenían los implicados no es del todo clara.

Según los familiares del inciso, éste estaba enamorado de la señora y que debido a su condición de meretriz le pagaba por sus servicios. Por otro lado, se encuentra el argumento sostenido por el abogado de «La Barbi», el licenciado Edwin Dámaso Encinas, quien quiso justificar las acciones de su defendida. «Él era su proxeneta y aprovechaba para tomarle fotos a las hijas de mi clienta cuando ella trabajaba», aseguró. La policía no encontró pruebas que corroboren lo señalado por el abogado. Además, en otra declaración, «Yola» indicó que lo hizo porque su «amante» había tratado de abusar de sus hijas. Entonces, ¿la relación fue de amantes o de servicio sexual?

—Personalmente nunca vi a la señora Yola y al joven Eduardo juntos por el barrio, es más nunca conocí al esposo de la señora, así que no se me hizo raro que cualquier persona le coquetee. Hasta llegué a pensar que la señora era divorciada o viuda. Lo que sí me parecía raro era que le lancen piropos a una persona subida de peso y con claras señales de celulitis— dijo Walter Tacca Quispe, dueño de una tienda cercana, recordándome que ella era de usar pantalones y faldas cortas. Dice que nunca le coqueteo, y que a Eduardo lo recuerda poco.—Solo lo veía de vez en cuando, paraba trabajando.

Los comentarios sobre el asunto no son del todo esclarecedores, pero sí las imágenes. Algunos periódicos publicaron fotografías de ellos en lugares públicos, un parque zoológico en particular. Eso daría prueba de que la relación que mantenían era consentida por ella sin llegar haber dinero de por medio. Entonces el móvil del crimen no estuvo del todo relacionado a su actividad como meretriz, sino a un ámbito más personal que no involucra a nadie más que a ellos. En una declaración al noticiero de canal 2 (90 segundos), la hija de la detenida desmintió lo dicho por el abogado de su madre, pues nunca trataron de abusar de ellas. «Ella está loca», concluyó.

El motivo del crimen no fue esclarecido… hasta que, días después, Olga Moyano, de 35 años, admitió que acabó con la vida de Eduardo Flores por mostrar y comercializar las fotografías que se tomaron en plena actividad sexual. De cierto modo sintió herido su orgullo y su honor mancillado por la vileza y morbosidad de la persona con la que en algún momento compartió sábanas a espaldas de su inexistente marido, quien hasta luego del asesinato no se refirió al tema.

Actualmente los familiares del difunto siguen trabajando en el área de construcción, el esposo y las hijas de la victimaria cambiaron de ambiente, viven en otro lugar, y el barrio que se enteró de esta noticia el día en el que se iniciaba un nuevo año vive más pendiente de lo que pueda suceder mañana.

Jakelin Arellano

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