Tercera llamada. Luces apagadas, indicaciones de seguridad, sala totalmente llena. En una obra de teatro o en un ballet todo hubiese estado en penumbra, pero hoy resplandecieron las luces enmarcando un escenario con sillas y atriles vacíos. De repente ingresaron los músicos, instrumento en mano, seguidos por el director invitado, Bertrand Valenzuela, quien sin mucho preámbulo, inició la función.
Hadas corriendo por la platea baja y alta, abrieron su vuelo hacia los pisos más altos del teatro, impulsadas por los violines, quienes realizaron una excepcional interpretación de la Obertura de Sueño de una noche de verano, compuesta por Félix Mendelssohn. “Para mí es un privilegio dirigir a la Orquesta Sinfónica. Mi papá me llevó a los 10 años al Teatro Municipal a escuchar a la Sinfónica Nacional”, nos comentó el director durante el ensayo general, pocas horas antes del concierto. La pieza, conocida por la mayoría del auditorio, fue bien recibida, dando un buen inicio a la velada.
“La solista vestida de rojo fue mi favorita. Fue muy conmovedora” fueron las palabras de una joven con la que compartí el taxi de regreso a casa por pura casualidad. Estudiante de la USIL por el programa Beca 18, en Lima hace ya varios años, pero cuzqueña hasta los huesos, Elsa Nina me dio su opinión positiva, así como negativa del programa. Hablamos de El vuelo de la alondra, por Ralph Vaughan Williams. María Elena Pacheco, la solista vestida de rojo, interpretó la pieza dejando a la sala entera en conmoción.“Lo que trato y quiero es transmitir esa alegría y paz… que se sienta que la alondra está por ahí”, fueron sus palabras durante una breve entrevista con ella. Déjame decirte María Elena, lograste tu cometido y más.
La siguiente pieza fue el estreno mundial de Presto, compuesta por Juan José Chuquisengo. Velocidad, percusión, cuerdas y piano estuvieron acompañadas por la confusión del auditorio presente. Esta pieza me llevó a un estado de alerta; sin embargo, no concuerdo con el compositor al sugerir que este estado puede conllevar a la “alegría vital e incluso a la euforia”. Yo diría que me llevó a la confusión y me transportó a una escena de tráfico caótico. “No sabía qué escuchar, aunque la percusión me llamaba más la atención”, me dijo Elsa Nina de regreso a casa. “No me gustó”, agregó. Durante la pieza, llevada por la curiosidad, volteé a ver la reacción del público. No me sorprendió ver algunos ceños fruncidos, además de una señora en particular durmiendo en su asiento. Rescato de Presto momentos de mayor claridad en los que me sentí llevada por el ritmo y percusión, que fueron de mi personal agrado.
Hablar de cada una de las piezas de Strauss que fueron presentadas en este programa, abarcaría todo el espacio del que dispongo. Cada una de ellas nos transportó a Austria, tal vez a los conciertos de año nuevo tocados por la Filarmónica de Viena. “En estas piezas Vienesas hay mucha tradición. Cosas que no están escritas pero que se hacen por costumbre”, señaló el director, Bertrand Valenzuela. El público respondió entusiasta a estas piezas, cada aplauso estuvo lleno de regocijo y a mi parecer, fue el broche de oro que cerró el espectáculo. No es fortuito que llamasen Rey del Vals a Johann Strauss II. Al finalizar la polka Bajo truenos y relámpagos, la orquesta nos regaló una pieza adicional, esta vez por Johann Strauss padre. La Marcha Radetzky cerró con broche de oro el concierto. Con la participación del público dando palmas al compás de la música, los asistentes se despidieron de la Orquesta con una sonrisa en el rostro. Estoy segura de que aquellas personas que fueron por primera vez a ver un concierto, regresarán en una próxima oportunidad.
Por: Claudia Rojas Azabache
Lima, 5 de abril de 2018