Todos, alguna vez, hemos tenido temor a equivocarnos y a ser juzgados por los demás. A veces tratamos de hacer lo que a las personas les gusta y dejamos en segundo plano lo que a nosotros -verdaderamente- nos atrae. Este miedo nos petrifica cuando queremos experimentar algo nuevo y nos limita a no intentarlo. Jérôme Bel, con su obra Gala, busca romper todos estos prejuicios presentes en nuestra sociedad actual y nos invita a desarraigarnos de ellos.
Una presentación que une a personas de distintas edades -desde los 5 años en adelante – y habilidades, sin ninguna experiencia en la danza pero con muchas ganas de disfrutarla. «Gala» genera esta rara sensación de goce, sin la necesidad de juzgar – a lo que usualmente estamos acostumbrados – si “esto está bien” o “aquello está mal” ya que “todo cuerpo es perfecto a su manera”.
Luego de Disabled Theare, pieza interpretada por un grupo de actores con discapacidad mental, y Cour d’honneur’ , que puso a un grupo de espectadores en centro del escenario, Gala sigue este estilo- y parte de las mismas preguntas: ¿cómo llevar al campo de la representación escénica a individuos y cuerpos que generalmente son automáticamente descartados para esa función? ¿Cómo podemos dar una mayor utilidad a los recursos de este aparato único, el teatro – con sus códigos, escenarios, géneros y profesionales – para extender el campo de lo que puede ser mostrado?
En el marco del Festival de Artes Escénicas (FAE) 2019, todo festival tiene una gala inaugural y que mejor que Gala para expresar este sentimiento de libertad y destacar las emociones humanas, la alegría de soñar y de ser uno mismo.
La obra inicia con una serie de imágenes de diferentes teatros peruanos e internacionales, cada fotografía tenía un ángulo diferente al anterior. Al finalizar este, llamemosle «preámbulo», se abre el telón y queda al descubierto un escenario que, por el momento, está vacío. En ese instante, ingresa el primer artista y ubica un cartel que dice “ballet”. Uno por uno los artistas atraviesan el escenario mientras ejecutan un paso de este género. De pronto, empiezan a correr – sin perder el paso de ballet – al otro extremo del escenario de una forma peculiar y con un estilo propio, lo que genera la risa y el disfrute en los espectadores.La escena vuelve a repetirse pero esta vez al ritmo del vals y, luego, del famoso tema Triller del cantante pop Michael Jackson.
El vestuario no es nada extravagante, al contrario, nos resulta familiar ya que es la ropa que ellos usan en el día a día – a excepción de la que usan los dos bailarines profesionales -, y con lo que se sienten más cómodos para la función. Pero, ¿acaso los artistas no deberían llevar vestuarios sofisticados para poder diferenciarse de los demás?, pues no. Para Jérôme Bel “el teatro es comunidad, tanto fuera como dentro del escenario”, él busca mostrar a los artistas tal y como son.
Culminado el vals y el pop, todos los artistas se reúnen en el escenario y se muestra un cartel que dice “improvisación de 3 minutos, todos en silencio por favor”. Las luces dan un pequeño parpadeo y cada artista, de manera individual, realiza movimientos acordes a su cuerpo. Unos nos hacen sentir amor, otros felicidad, y algunos tristeza. Esta entrada permite al público apreciar los diferentes cuerpos y estilos de cada uno de ellos y resalta las ganas que cada uno le pone al espectáculo y su vivencia en el escenario.
Luego, en el mismo cartel se lee la palabra “solo” y uno de ellos se para al frente del escenario, acto seguido todos sus compañeros ingresan a la parte posterior y empieza la música . Quien está al frente inicia sus movimientos al ritmo de la música y todos sus compañeros comienzan a seguir sus pasos. Lo impresionante de este momento, aunque la mayoría del público no lo sepa, es que cada artista ha escogido su música y también sus pasos. El público quedó asombrado al ver la particular versatilidad de cada uno y como respuesta dedicaba aplausos después de cada “solo”.
La obra alcanzó su clímax con el último “solo” cuando los artistas se desprendieron de sus vestimentas al punto de quedar en ropa interior y, algunos, con el torso desnudo. El rostro del público se topó con una gran sorpresa y después de un breve silencio toda la audiencia empezó a aplaudir, incluso después de que el telón – en más de dos oportunidades – se haya abierto y vuelto a cerrar.
Esta función no necesita del habla para ser comprendida, el cuerpo expresa mucho -inclusive más- sin necesidad de la voz. Después de ver esta obra -necesariamente- tenemos que re-pensar si queremos seguir auto-limitándonos o si nos vamos a arriesgar a hacer lo que nos gusta, porque “llegó la hora de bailar en el escenario”.
Texto: Ronald Cueva Pariona
Fotografía: Cortesía del FAE