“O Fortuna”, variable como la luna

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La sangre de aquella ave es escupida con ferocidad causando conmoción y terror en el público.

¿Qué relación tiene el destino con la vida, la muerte, una diosa y el amor? Lo mismo nos preguntamos nosotros mientras veíamos Carmina Burana, la famosa cantata escénica cuyo origen data en los cantos goliardos de los siglos XII y XIII y que el célebre compositor alemán Carl Orff nos dio a conocer en el siglo XX.

Carl Orff compuso Carmina Burana entre 1935 y 1936, apoyándose de 24 poemas del códice original que encontró Johann Christoph von Aretin en Benediktbeuern, Alemania en 1803. Así, se estrenó  por primera vez el 8 de junio de 1937 en la Ópera de Fráncfort.

Esta composición representa la lujuria, el poder, la vida y la muerte, el destino, los vicios, el deleite por la naturaleza, los deseos mundanos y la desesperación por pedir a la diosa de la Fortuna que tenga piedad e intervenga en el destino y felicidad del hombre. Todo lo cual se contrapone al pensamiento conservador de la época medieval, pues el propósito de la cantata es mantener una posición crítica frente a quienes ejercían el poder, como eran el clero y los reyes; y satírica hacia los estamentos sociales y eclesiásticos de aquel tiempo. Estos temas puntuales se desarrollaron en todo el transcurso del espectáculo que se escenificó en el Gran Teatro Nacional. El coro, la sinfónica, la actuación y el baile dieron vida a Carmina Burana y ello fue posible gracias a la colaboración entre la Orquesta Sinfónica Nacional y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá, Colombia.

Esta clásica composición, dividida en siete partes, abrió la noche en Lima con su más famosa pieza: O Fortuna, con la que la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta del director Fernando Valcárcel, engendró un nuevo mundo para los espectadores. Esta melodía, que podría poner los pelos de punta y la piel de gallina a cualquiera que lo escuche por la energía e intensidad que revela, representa a la diosa de la fortuna, quien da giros inesperados a la vida de quien le aclama. En esta escena, se reproduce la naturaleza en imágenes que se pueden percibir en el fondo del escenario y que nos conducen hacia otra época.

La Orquesta Sinfónica Nacional, desde sus más dulces melodías hasta la más enérgicas, generaba un sinfín de emociones en las que destaca la percusión por la clara influencia de Stravinsky.  Por su parte, el Coro Nacional del Perú, acoplado a la gran interpretación de la soprano María del Carmen Rondón y el tenor Santiago Bürgui, reflejaron a partir de su limpio desplazamiento y grandiosa actuación el propósito de estos cantos gregorianos. Además, el Coro Nacional de Niños del Perú, con sus agudas y dulces voces reflejaban la esperanza en medio de tanta perversión que una parte de la obra denuncia. La Fundación L’Explose, a través del desenvolvimiento y ligereza en cada uno de sus movimientos plasmaba uno de los tópicos más resaltantes de la cantanta: la condena a la lujuria, la orgía, el vicio en la sociedad.

En esta conexión es recurrente el empleo de la metáfora en la que se compara a la rueda de la fortuna con la vida. ¿Por qué? Porque el hombre no puede controlar ninguna.

La rueda de la fortuna, como se mencionaba anteriormente, da giros inesperados, como nuestra vida: cambios, direcciones, rotaciones que a veces no sabemos a dónde nos llevará. Al terminar la función me quedé pensando  ¿En qué manos está nuestro destino?

En la nuestra tal vez no.

Todo esto en conjunto hizo del impactante repertorio mundial de Carmina Burana un gran espectáculo, pues la mezcla de estos elementos era perfecta, sólida, armoniosa. No imagino el arduo trabajo que han tenido que realizar los responsables de esta escenificación para crear tan magnífica exhibición de la composición de Orff. Por lo tanto, felicito a todos los que permitieron que esto sea factible.

En suma, se vivió una noche muy emocionante que empezó y concluyó con la gran pieza musical O Fortuna, la que representa al destino caprichoso que juega y da vueltas repentinas a nuestra vida y nos hace terminar en el mismo punto en el que iniciamos. Esta intensa melodía nos acompañó a todos los asistentes del teatro hasta en el desenlace de la cantata. Poco a poco nos volvimos conscientes de que este mundo originado por la cantata de Carl Orff se iba apagando, entre fuertes y prolongados aplausos de los presentes, y volvimos a la realidad.

Por Eliezer Benedetti

eliezerbenedetti7@gmail.com

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