Abiertas ya las puertas del Gran Teatro Nacional nos ubicamos en las butacas los niños, jóvenes y adultos con gran expectativa para ver la función. “Mi primer concierto” es un buen método para atraer a un público de todas las edades, ir en familia y para acercarse más al teatro.
Viví la obra como un niño más y me di cuenta de que mucha gente adulta también experimentó lo mismo. Nos hizo sentir como si nosotros estuviéramos en Nápoles disfrutando de la presencia de ese ser risueño en torno al cual gira toda la obra. De eso se trata, de sentirse como el personaje principal, actuar e interactuar. Esto es lo que propone el Gran Teatro Nacional.
¿Qué decir de la música? El maestro Pablo Sabat en la dirección de la orquesta y con el apoyo de su concertino Faridde (violín) creaba dulces armonías que se unían a través las cuerdas, los vientos y la percusión. Un repertorio musical muy bien escogido en el que incluían composiciones tanto de Vivaldi como de Mozart. Música, narración y actuación generaban un viaje imaginario a la famosa y colorida ciudad de Italia, Nápoles.
Esta obra nos permite vivir, a través de la música, la vida de cada personaje en escena; o sea, el vínculo de cada instrumento generaba excelentes armonías que nos permitían saber si el protagonista estaba alegre, triste, asustado o tramando algo. Pulcinella, figura principal de la obra de Stravinski, presenta una dualidad de personalidades, podía ser cómico y a la vez trágico, cobarde y valiente, etc. Ana Hernández protagonista de la escena musical, expresaba todo sus movimientos al compás de la música y se sentía como si cada uno de nosotros que estábamos en el teatro, también fuésemos parte de ese pueblo encantado de Pulcinella.
Podía percibir que el público estaba atento, que en parte se conmovía con lo que podía imaginar y ver; pude notar que los espectadores reaccionaron muy felices con lo que se presentaba en el teatro. El ambiente era espectacular producto de la alegría del público al disfrutar de esta puesta en escena. El movimiento de las manos que usaban los músicos de los instrumentos de viento fue respondida al final de la obra en el unir de las manos con aplausos armoniosos por el espectáculo presentado. Nuestro corazón palpitaba tanto de felicidad como el compás de la percusión. Y las cuerdas, los violines y el bajo en especial, gracias a la hermosa melodía creada engendró una gran sonrisa en la mayoría de personas que asistieron al teatro. Disfrutar de funciones teatrales de tal calidad es un tiempo de libertad en el que experimentamos una montaña rusa de emociones. Los espectadores no necesariamente habrán sentido lo mismo, pues cada quién saldrá con una experiencia propia dependiendo del enfoque en que se concentraron más al apreciar la función.
Por Eliezer Benedetti
Lima, 23 de marzo de 2018