No es novedad para nadie el hecho de que las plataformas de streaming se han convertido en las nuevas «grandes pantallas» de hoy en día en tiempos de pandemia para muchos países. Grandes servidores como Netflix, Disney+, Amazon Prime, entre otros, han surgido y avanzado a pasos agigantados en la sociedad actual como sustitutos de las antiguas plataformas de cine y contenido visual.
A través de estas plataformas, las películas se pueden ver desde cualquier dispositivo que cuente con una conexión a Internet. Los medios de pago son virtuales y se dan de forma mensual, normalmente con un tiempo límite para disfrutar del catálogo y los beneficios de forma gratuita. Cada una de estas plataformas cuenta con distintos y variados títulos que no suelen coincidir entre sí.
Es acertado considerar que el cine como tal ha evolucionado y el streaming llegó mucho antes que la pandemia, acercando este tipo de servicios a la población que antes no tenía salas de cine cerca y ahora a la gente en general. Podría decirse que dichas plataformas han «democratizado» el acceso al cine mediante nuevas estrategias y hacia diferentes mercados que, incluso antes de la pandemia, no accedían al cine por su alto costo.
El reto hacia adelante es ser capaces de combinar el componente presencial y potenciarlo a través de los medios digitales. El cine, debido a muchos factores, es también una manifestación del arte escénico y necesita de una plataforma de proyección en vivo para poder seguir manteniendo su fuerza y potencia.
No es de extrañar que las diferentes plataformas de streaming y la evolución del Internet han transformado profundamente las ventanas clásicas de distribución de la industria del cine y la televisión en el mundo, a través del desarrollo de un modelo de negocio de contenidos convergente (Internet+cine+televisión), nuevas lógicas en la exhibición del cine, producción de contenidos propios y el ofrecimiento de una nueva experiencia de consumo centrada en las decisiones, recomendaciones y hábitos del espectador.
