El 24 de julio de 1990, un joven de 26 años llamado Martín Chicana ingresaba a trabajar como personal de limpieza en el sector público. Ese sería el primer día de una larga trayectoria de treinta años trabajando en el que, según sus propias palabras, se ha convertido en su segundo hogar. Solo que, ese día, el joven Martín no lo sabía. Solo conocía los rumores y leyendas oscuras que envolvían a su nuevo centro de trabajo. El lugar era el hospital psiquiátrico Víctor Larco Herrera.
“Recuerdo que cuando entré le dije a mi padre: Papá, si yo ingreso, al primer paciente que me falte, yo le pego”, rememora el Martín Chicana de ahora, un hombre de cabello cano, corpulento, alto y de un aspecto serio, casi sombrío, que contrasta tremendamente con su don de gentes y su sonrisa fácil. Tiene la apariencia de Luca Brasi, el temible guardaespaldas de Vito Corleone, solo que con buen corazón. Según sus propias palabras, se define como un hombre feliz y equilibrado.
“Aquí aprendí a controlar mi carácter. Lo que yo pensé que jamás iba a aprender, porque yo he sido un joven impulsivo, que mandaba todo a rodar. Yo maduré acá, cambié”, dice Martín mientras archiva la enésima historia clínica del día. Ese es su trabajo: Es encargado del área de archivo del hospital, un salón enorme atiborrado de largos anaqueles de fierro donde están apiladas cientos de miles de historias clínicas de pacientes psiquiátricos.
Martín lleva 27 años haciendo esa labor, así que, lo que para cualquier mortal sería un laberinto interminable de pilas de papel, para él es un espacio donde se mueve con soltura y facilidad. Algo además admirable teniendo en cuenta que es un hombre de más de 70 kilos.
“Yo empecé haciendo limpieza en el hospital. Luego, a los 6 meses, me dijeron que si quería trabajar en el almacén y dije que sí. Ahí estuve tres años. Después me dijeron para trabajar en el archivo y también dije que sí. Claro que, en ese entonces, yo no sabía qué cosa era”, recuerda. Y tuvo que aprender a las malas. Como puede esperarse de la burocracia, nadie se pudo dar el tiempo de enseñarle así que aprendió mirando.
“Yo aprendí de un compañero, el Sr. Gerardito. Quería trabajar como él, con sus ganas, así que veía cómo hacía las cosas. Traté de enfocar eso en mí. Porque yo podía aprender de una persona floja, pero preferí aprender de él. Y ahora este es el trabajo que me da de comer”, cuenta sin afán de alardear.
En esta área, Martín comparte el trabajo con otras 6 personas distribuidas en turno mañana, tarde y noche. “Somos pocos”, se queja. Y es cierto teniendo en cuenta que, antes de la paralización de las labores por la cuarentena, el hospital atendía un promedio de mil personas diariamente.
“Mi labor consiste en sacar las historias de todos los pacientes que los médicos van a atender por día. También en verificar que la historia regrese completa, que tenga todos sus datos, sus atenciones. Eso en lo que es consulta externa. En cuestión de hospitalizaciones, la historia va al pabellón que corresponda y el personal de ese pabellón es responsable de esa historia hasta que el paciente es dado de alta”.
¿Y, en todos estos años, alguna vez se te ha perdido una historia?, le pregunto.
“En mi caso, nunca se me ha perdido una historia. Cuando no se encuentra una, tienes que aprender a buscar, nomás. La experiencia te da esa sabiduría en ese aspecto, te hace merecedor de tus conocimientos”, responde con satisfacción.
Pero el que se pierda una historia clínica, no es el único peligro latente en un hospital psiquiátrico como éste. El otro, evidentemente, son los mismos pacientes. Esto considerando que aquí se atienden personas que pueden tener desde un trastorno de sueño hasta psicópatas y esquizofrénicos.
“Una vez, por ejemplo, un paciente le metió un puñete a su mamá. Y yo como trabajador tenía que actuar, tenemos que apoyar al familiar. Agarré al paciente, lo abracé, lo tuve que inmovilizar. Pero son segundos en que haces trabajar tu mente para salvaguardar la seguridad de la persona. Y la tuya también, porque el paciente puede matarte y no pasa nada. Total, es paciente”, cuenta.
El trabajar en un lugar como el Larco Herrera y, aún más, trabajar en el archivo es una actividad sujeta a bastante tensión. Los médicos exigen rapidez cuando solicitan las historias. Los pacientes, también. Sin embargo, Martín dice que la mejor forma de sobrellevar eso es con mucha comprensión y calma.
“No solo los pacientes sino también los médicos son especiales. Pero son psiquiatras, son seres humanos. Yo que trabajo en archivo tengo esta tensión laboral, imagínate ellos que tienen que escuchar todo lo que les dicen los pacientes. ¿Tú crees que no van a estar en tensión?”. Por eso, Martín intenta llevarse bien con todos; sonreír y ser amable aun con los pacientes más difíciles; saludar con cariño a los médicos y demás trabajadores que se cruza en el día. Esto siempre y cuando no esté jugando al fútbol. Ahí sí, mejor no te le pongas en frente.
“Me gusta mucho el fútbol. Me relajo con el deporte. Ahora ya no juego por la situación, pero jugaba dos o tres veces por semana. Ahí hago mi catarsis, hasta con lisuras. Pero es porque ya nos conocemos, jugamos bastante con los amigos del hospital. Jugamos aquí, en las canchas. ¿Antes de irnos un partidito?, les digo. Y de ahí nos vamos a las casas. Relajaditos”, dice. Y no es malo en eso: El año pasado, su equipo ganó la copa del campeonato que organizaron los trabajadores del hospital.
Pero no todo ha sido trabajo desde que Martín ingresó al Larco Herrera. Aquí también conoció a su pareja con la que lleva más de veinte años de convivencia. Recuerda que antes de invitarla a salir, pasaron 6 años. “En todo ese tiempo, no me atreví a nada. La veía nomás, una mujer simpática, agradable. Pero con el tiempo nació el amor, pues. El destino es el destino”, dice con media sonrisa.
¿Qué tan posible es enamorar a alguien en un lugar que exige un ritmo de trabajo tan peculiar y demandante?, pregunto incrédulo.
“Cuando hay empeño, todo se puede”, responde satisfecho. Juntos tienen una hija llamada Sandra, de 16 años. Cuenta que el año pasado fue su quinceañero. “¡Una cosa de locos!” dice y suelta una carcajada. Ella quiere ser psicóloga. Él jura que no tiene nada que ver con su decisión.
Hoy es 24 de julio de 2020, día en que se cumplen exactamente tres décadas desde que Martín entró por primera vez a trabajar aquí. Dice que muchas cosas han cambiado en el hospital desde entonces. “La mayoría para bien”, señala optimista. Y optimismo es lo que le ha sobrado en estos años y con lo que ha enfrentado estos meses de cuarentena mundial, a pesar de ser considerado persona de riesgo.
“He aprendido a creer en Dios y en todo lo que me ha dado. He venido estos días porque tengo que trabajar y seguir adelante. Cada vez que salgo me voy con el Señor y regreso con el Señor” me cuenta.
Su sonrisa irradia tranquilidad y equilibrio. Quizá el Larco Herrera nunca fue ese lugar oscuro que le contaron hace 30 años, sino un lugar donde es posible encontrar la paz para aquellas personas que están dispuestas a iluminar con calma su mundo.