El cine de ciencia ficción puede ser más que entretenimiento barato. Tiene la capacidad de crear realidades visualmente extraordinarias, estimular la imaginación y la reflexión de temáticas relevantes e, incluso, influir en los avances científicos y tecnológicos del mundo en el que vivimos. Tales películas han llegado a pertenecer al cine de vanguardia más sofisticado.
Como indica la revista Mètode, al margen de casos excepcionales como Metrópolis (1924) de Fritz Lang, el hecho es que el cine de ciencia ficción no ha sido bastante bien considerado hasta la llegada de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968),obra de un director respetado y con mucha fama como era Stanley Kubrick, quien, además, volvió al género con La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971).
Antes de la incursión de Kubrick en el cine de ciencia ficción, el hecho es que el género se consideraba como cine de «serie B» (de hecho, demasiadas veces, de «serie Z»), sobre todo con las muchas invasiones del espacio de las películas de los años cincuenta. El caso paradigmático fue seguramente Plan 9 desde el espacio exterior (Plan 9 from Outer Space, 1959) e Edward D. Wood Jr., una patética película «casi protagonizada» por Bela Lugosi (murió durante el rodaje y fue sustituido por alguien que, como era un palmo más alto, tuvo que actuar todo el rato con la cabeza agachada y cubriéndose la cara) que nos recordó Tim Burton en su biopic Ed Wood (1994).
Con todo, hay títulos importantes que muestran las potencialidades del cine de ciencia ficción incluso en una época en la que los efectos especiales eran muy precarios. Hay que destacar Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951) de Robert Wise con su admonición antibélica muy apropiada para el período de guerra fría o El planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956) de Fred M. Wilcox, impregnada aún por el peso del psicoanálisis y de las fuerzas ocultas de la mente y, sobre todo, por la imagen de los «platillos volantes» que Kenneth Arnold había dado a los ovnis desde el año 1947.
Los años sesenta, que concluyen con la ya mencionada película de Kubrick que reclama la atención de los críticos cinematográficos a un género menospreciado hasta entonces, fueron los de la llegada a la ciencia ficción del cine francés, con películas muy importantes y sorprendentes como Lemmy contra Alphaville (Alphaville, una étrange aventure de Lemmy Caution, 1965) de Jean-Luc Godard, o Fahrenheit 451 (1966) de François Truffaut; e incluso, en otro registro aunque siempre nuevo, Barbarella (1967), de Roger Vadim. En este caso, la ciencia ficción sirve como nuevo referente para las ansias renovadoras de la nouvelle vague del cine francés, aunque, evidentemente, dado el poder económico imperialista de la industria de los Estados Unidos de América, las películas no tienen el mismo eco popular que las que vienen de Hollywood.
Por eso en los años setenta, pese a indudables éxitos populares, como Rollerball (1975), de Norman Jewison, y otras empresas con peor resultado de taquilla, como Zardoz (1974), de John Boorman, lo que destaca es el espectacular éxito popular y económico conseguido por una aventura del espacio, la clásica space opera, como es La guerra de las galaxias, de George Lucas, que hace ver a los productores de Hollywood que, además del prestigio intelectual que le habían dado las películas de Kubrick, la ciencia ficción puede ser también una fuente de grandes beneficios económicos.
Por eso aparecen nuevas y brillantes producciones que caracterizan a los años ochenta y noventa y quedan ya muy lejos de los esquemas de «serie B» de décadas pasadas. Como ejemplo, las ya mencionadas Alien y Blade Runner, de Ridley Scott, pero también otras como Brazil (1985) o 12 monos (Twelve Monkeys, 1995) de Terry Gilliam, Gattaca (1997), de Andrew Niccol, y tantas otras.
Si queremos comparar el papel de la ciencia ficción en el cine y la literatura, la Wikipedia dice que, en las novelas y cuentos de ciencia ficción, el mundo narrativo difiere del mundo real o del histórico en al menos un modo significativo. Esta diferencia puede ser tecnológica, física, histórica, sociológica, filosófica, metafísica, pero generalmente no es mágica. La exploración de las consecuencias de tales diferencias es el propósito tradicional de la ciencia ficción. La literatura de ciencia ficción a veces depende del desarrollo de la historia, el conocimiento del lector y la discusión de conceptos abstractos que no son fáciles de transponer en el cine.
Cuando se compara la literatura de ciencia ficción, el cine de ciencia ficción confía menos en la imaginación humana y depende más de las escenas de acción y los trasfondos exóticos y criaturas creadas mediante efectos especiales. Desde los años 1970, la audiencia ha llegado a esperar un nivel alto para los efectos especiales en las películas de ciencia ficción. En algunos casos películas clasificadas como ciencia ficción sobreponen un escenario exótico y futurista que de otro manera no sería una historia de ciencia ficción. No obstante, algunas películas de ciencia ficción críticamente aclamadas han seguido el camino de la literatura de la ciencia ficción, utilizando el desarrollo de la historia para explorar conceptos abstractos.