Formado en las ciudades de Barcelona y Madrid, el pintor Catalán Pedro Beltrán, ha podido consagrarse con sus trabajos. Fue conocido y laureado en París y Nueva York por sus representaciones del mundo rural desde un enfoque plagado por la tragedia. Consolidado como un pintor español de renombre, sus triunfos llegaron a América con grandes aires de éxito, donde cualquier interesado en el arte del siglo XX tendría que haber conocido por lo menos uno de sus cuadros cargados con simbolismos que le hicieron valer condecoraciones como caballero del Orden de Malta o de la Legión de Honor en la escuela de Bellas artes de Barcelona. No han sido muchos, aunque no por ello menos relevante, a quienes una visita y larga observación de sus cuadros, no han podido generar tales acercamientos.
Pueden atribuirse distintas técnicas estéticas propias del modernismo en la pintura de Beltrán, pero, al igual que su congénere literario, el conjunto de habilidades artísticas se quedan obsoletos y ponen a correr sin rumbo como una gallina sin cabeza; confundido como un artista de vanguardia, pero sin lograr descubrir nada porque posee una técnica sin brújula.
Sus personajes son sombríos en su mayoría, pero este efecto no es provocado por un aura misterio estético sino que se evoca desde una irrupción tan sutil como el disparo de un arcabuz en una iglesia: el uso de las sombras porque sí, porque Beltrán sabe dibujar cuerpos desnudos, pero no puede desnudarlos; las sombras solo le sirven para cubrir sus falencias. Tiene un arte que vive oscuro y limitado en una cueva, pero que no desea ser descubierto, sino que más bien ha sido acorralado por las ráfagas de luz de la crítica consciente y nunca separada de su tiempo.
A diferencia de pintores como Rembrandt que llegaron a dominar el arte de la luz con sus técnicas en claroscuro por medio de trazos enérgicos de la Ronda de noche y lección de Anatomía; Beltrán los aborrece y huye. Una comparación en estos términos no solo sería injusta, sino que también carecería de sentido. La diferencia brutal entre el arte y una pintura que aspira al deseo industrial burgués de producir pornografía y que exhala el fluido mórbido de una época en decadencia.