Imaginando Un mundo feliz en 2020. Reseña de la última adaptación audiovisual de la novela.
El pasado 22 de noviembre se conmemoró un aniversario más del fallecimiento del escritor británico Aldous Huxley (1894-1963), autor de la novela distópica Un mundo Feliz (Brave new world, 1932); Las puertas de la percepción (The doors of perception,1954); Regreso a Un mundo feliz (Brave new world revisited, 1958), La Isla (Island, 1962) entre otras novelas y ensayos notables; la ocasión sirve para comprobar que, más de 50 años después de su deceso, sigue estando presente en el imaginario popular, ya que en Julio de este año se estrenó una adaptación de Un mundo feliz para la pantalla chica.
La serie sci-fi homónima desarrollada para la plataforma de streaming Peacock está conformada en su primera temporada por 9 episodios de 42 minutos y tuvo un presupuesto de cerca de 100 millones de dólares de acuerdo al portal Deadline. Cuenta con un gran despliegue audiovisual que nos transporta al mundo futurista de la obra, el uso de la tecnología resulta atrayente y retrata un ambiente apropiado para la historia, sin embargo, palidece en comparación con otra serie como Black Mirror que también tiene a la tecnología como elemento central.
En esta adaptación seguimos a los personajes principales de la novela, Bernard Marx (Harry Lloyd, Viserys Targaryen en Juego de Tronos) y Lenina Crowne (Jessica Brown-Findlay), miembros del Nuevo Londres, “utopía” futurista que se estructura como un cuerpo social único e interconectado de castas cerradas. Marx, un alfa, y Crowne, una beta plus, desarrollan pensamientos individualistas opuestos al status quo. El encuentro con un “salvaje” (Alden Ehrenreich, protagonista de la película de Disney sobre Han Solo) nacido fuera de su sistema de condicionamiento social gatilla una serie de sucesos que amenazan la estabilidad de los personajes y del sistema.
La novela es un referente literario inevitable, pues junto a 1984 (1948) de George Orwell se consideran textos fundamentales del género distópico, que retratan futuros aparentemente perfectos en los que la tecnología ha servido para mantener en funcionamiento un orden social totalitario.
Mucho se ha dicho en conferencias y memes virales sobre las cualidades predictivas y las profundas observaciones que se encuentran en el trasfondo de este subgénero de la ciencia ficción, que encanta no solo por su apariencia asombrosa sino por su capacidad para generar pensamientos críticos sobre la sociedad y la naturaleza humana. El mismo Huxley dedicó el ensayo Regreso a Un mundo feliz para analizarlo desde este punto de vista.
La fascinación por este mundo ficcional no podía estar ausente del mundo cinematográfico, la primera adaptación a la gran pantalla data de 1980, mientras la primera serie televisiva fue desarrollada en 1998. Además de ser referente para incontables obras de ciencia ficción, sirvió de inspiración para el álbum Brave New World (2000) del grupo británico Iron Maiden, así como para otras canciones y filmes como Gattaca(1997).
Parece ser que el siglo XXI y su desarrollo tecnológico, así como las características sociales del capitalismo tardío (consumismo, tecnología omnipresente) hacen palpables en el imaginario popular las visiones de Huxley. En Julio se anuncio que la productora Appian -asociada al reconocido Leonardo Dicaprio- trabaja en una adaptación de La isla, la última novela del autor, que da un giro de 180 grados a su visión del futuro.
Aunque la serie fue estrenada como el gran imán de Peacock, apuesta digital de la compañía NBC/Universal para competir con otras plataformas de streaming, parece no haber tenido el impacto previsto y no ha sido renovada para una 2da temporada según reporta Deadline.
Su fracaso para conectar con el espectador se debe a un tratamiento superficial: la narrativa contrapone el erotismo funcional -mostrado en orgías poco sensuales- y el impacto emocional de aquella ominosa “utopía” en los individuos críticos del sistema, pero es incapaz de transmitir aquel conflicto con profundidad, especialmente en los momentos de mayor dramatismo narrativo. Paradójicamente la actuación del enajenado Marx resulta en todo momento más natural que la del “salvaje” John, quien a diferencia del libro resulta un personaje plano (nótese el detalle que no conoce los versos de Shakespeare).