Entre los años 1882 y 1912 el denominado «Boom del caucho» fue un holocausto para pueblos indígenas amazónicos como los huitotos, boras y andokes. Julio Cesar Arana fue uno de los peruanos que marcó con su ambición la historia de nuestro país. Poco se sabe de la niñez y juventud de este personaje que de la pobreza emergió como uno de los hombres más poderosos y despiadados de la historia del Perú. En la presente crónica conoceremos más de su historia.
Julio Cesar Arana Hidalgo nació en Rioja el 12 de abril de 1864. Su padre fue Martín Arana Hidalgo, un vendedor de sombreros de paja de Cajamarca que, por motivos económicos, bajó por el amazonas y se asentó en Rioja junto a su familia; su madre, María Jesús Águila Vázquez, fue una mujer de familia entregada al cuidado de sus hijos, que apoyaba a su esposo en la confección de los sombreros.
Julio Cesar tuvo tres hermanos: Martín, quien fue el único que siguió los lineamientos de la familia y se dedicó a la fabricación de sombreros de paja; Benito, quien llegó a ser gobernador de Loreto; y Gregorio, quien se dedicó a la minería en Ayachucho. Julio Cesar, como todo niño, era vivaz e inquieto. Solía jugar en la Plaza de Armas, la cual estaba frente a su casa, y conocía cada detalle del poblado el cual era constituido solo por unas cuantas viviendas en medio del Amazonas.
Nadie hubiera imaginado que este pequeño niño, que vivía en un pueblo tan alejado de la capital, se convertiría en uno de los hombres más ricos y despiadados que la historia del Perú ha podido tener. Y es que llegar a la ciudad Lima desde el Amazonas, en ese entonces, demandaba un viaje de largos meses en los cuales se debía atravesar ríos y cordilleras en medios adversos y en condiciones precarias. Nada hubiera advertido que ese niño, que no llegó a terminar la escuela, se convertiría en el Barón del caucho más poderoso del Perú.
En Rioja había tan pocos pobladores que todos se conocían y tenían una estrecha relación. Fue por este motivo, tal vez, por el que Julio Cesar conoció el amor a la edad de once años. Eleonora Zumaeta era entonces su vecina. Tenía catorce años y era una joven hermosa de ojos centellantes y llamativos.
El patio de la familia Zumaeta colindaba a la de la familia Arana y solo un muro alto y delgado los separaba. Sin embargo, Julio Cesar se las ingeniaba para llamar la atención de Eleonora y le lanzaba flores de diferentes colores para que ella las viera regadas en el suelo. Ella ni se dignaba a recogerlas, veía en el pequeño Arana solo a un niño ilusionado que la asediaba. Aunque, a veces, consideraba tener una mínima atención con su persistente vecino y terminaba por lanzarle cerezas silvestres que crecían en un árbol de su jardín.
El cortejo de Arana era romántico y tenaz. Decidió utilizar la poesía para conquistar a la bella Eleonora. Componía cánticos con ayuda de su profesor de literatura y, aunque parecía que Eleonora poseía un orgullo inquebrantable, Julio Cesar demostraría la persistencia e inconformidad que lo caracterizarían el resto de su vida. Estudió acordeón, guitarra y concertina; de manera diestra y acelerada; solo para deleitar a Eleonora, la bella, y que se rindiera, de alguna forma, a sus improvisadas serenatas.
Eleonora era una joven con un temple de acero y Julio Cesar, quien era tres años menor que ella, tal vez aún no era consciente de que esta riojana de ojos brillantes era el tipo de mujer que necesitaría, años más tarde, para consolidar su imperio del caucho. Pero entonces Eleonora no podría imaginar tampoco que aquel vecinito suyo, de rasgos puntiagudos y mirada ingenua, se convertiría en uno de los hombres más ricos del Perú a costa del genocidio y la carencia de valores morales.
Este amor no correspondido por Eleonora se hizo distante cuando esta mostró su voluntad inquebrantable al trasladarse a Lima luego de obtener una beca para estudiar en el convento de San Pedro. Quería ser maestra y ejercer en alguna escuela de la Amazonía, en condiciones adecuadas.
Todas estas aspiraciones eran, para la época, novedosas y revolucionarias. Según el libro Arana, rey del caucho de Ovidio Lagos, llegar a la ciudad de Lima, la capital del Perú, era una verdadera odisea pues esta se ubicaba a cientos de kilómetros de Rioja y el trayecto solo podía recorrerse a caballo, mula o a pie. Llegar a Lima sería para Eleonora, en realidad, todo un mérito pues debía cruzar la cordillera de los andes en deplorables condiciones, durmiendo en alguna casa de alquiler o a la intemperie, afrontando los malestares del viaje como el sorche o los cambios de clima.
Eleonora debía ver en ese trayecto el reflejo de lo complicado que era progresar en esos tiempos y este mismo sería uno de los motivos por los que decidiera alejarse de Rioja, un pueblito apartado en la Amazonía, para llegar Lima, la ciudad de los reyes. La fuerte joven partió alejándose de su madre en compañía de un tío cercano, Cecilio Hernández.
Julio Cesar Arana tenía solo doce años cuando Eleonora decidió partir a Lima. Se habría sumergido en todos los poemas que le dedicó a su amada, en las melosas notas musicales que había compuesto para sorprenderla, en la tristeza profunda que suponía su ausencia del otro lado del patio de su casa. Así siguió estudiando en rioja hasta los catorce años que fue cuando dejó el colegio. Quería comenzar a tomar las riendas de su futuro e inició con el negocio de la familia: la fabricación de sombreros de paja.
Estos sombreros eran más conocidos como jipijapas y eran muy cotizados en la región que era tan calurosa. El joven Arana era un comerciante primerizo asiduo, iba de un lado a otro haciendo sus primeros pininos en los negocios, persuadiendo a los posibles compradores. Junto a Martín, su padre, recorrieron la cordillera de los andes hasta Chachapoyas.
Era sorprendente la motivación del joven Julio Cesar quien rápidamente entendía las variables del negocio. Su padre notaba la loable astucia de su hijo, pero esto cambió cuando impidió a toda costa el impulso juvenil de Julio Cesar cuando quiso participar en la guerra del Pacífico. Lo consideró una completa locura.
Para Martín Arana, esta guerra no tenía ninguna importancia; vivían demasiado alejados para sentir los estragos de aquel pleito entre Perú y Chile por un yacimiento de salitre –fertilizante potente que además podía ser utilizado para la fabricación de pólvora- que no perjudicaba en absoluto su condición de comerciante de sombreros de paja y sus ingresos.
Pero el joven Julio Cesar, que estaba segado por la aventura y tenía el corazón cargado de valentía y patriotismo, intentaría ir a como de lugar a la tan sonada guerra. A Martín simplemente se le acabó la paciencia; no podía aguantar esta arriesgada iniciativa y la aplacó, de manera rápida, con una paliza que Julio Cesar recordaría el resto de su vida.
El padre de Julio Cesar reconocía una serie de cualidades virtuosas en su hijo para los negocios. Era un muchacho talentoso que poseía una voluntad inquebrantable para iniciar nuevos viajes y atraer nuevos compradores. Simplemente no podía dejar que siga vendiendo sombreros, mucho menos que desperdiciara todas estas virtudes en guerras sin importancia y entonces decidió que debía incursionar en otro campo que tuviese contacto con los números; fue así como logró ubicarlo en un puesto de secretario en una oficina de Chachapoyas, en una localidad cercana a Rioja.
Aprendió los elementos esenciales de la contabilidad, entendiéndose con los números y las cifras plasmadas en los libros. Fueron dos años de aprendizaje incansable. Cuando cumplió diecisiete años se mudó a Yurimaguas y se hizo independiente abriendo un negocio en la plaza principal el cual consistía en ser comerciante y además exportador de diversos productos a las partes altas del río amazonas entre Perú y Brasil.
Y fue justo en estos tiempos en los que Eleonora Zumaeta volvía a Rioja con su título de maestra y se convirtió en la primera profesora que enseñaría en una nueva escuela fiscal que inaugurarían en Yurimaguas.
Los sentimientos pasionales que Julio Cesar sintió de niño no habían cambiado, por el contrario, parecían haberse acrecentado con el tiempo hasta hacerse obsesivos. Los siguientes meses no dejó de intentar acercamientos a Eleonora, que parecía que su belleza se había incrementado tanto como su temple. Pero fueron sus conversaciones las que tal vez le hicieron comprender las reales convicciones de Eleonora.
Con catorce años, Eleonora dejó a su madre, su casa, su pueblo. Todo por ser una mujer profesional e independiente. Para llegar a Lima tuvo que conocer muchas ciudades. Ser maestra le dio toda la libertad que ninguna de las mujeres de su familia había tenido. Tenía un trabajo y ganaba un salario. No necesitaba un enamorado, menos un esposo. Entonces fue cuando Julio Cesar, tal vez, se dio cuenta que esta hermosa maestra, en realidad, no tenía aspiraciones de ser la esposa de un riojano.
Julio Cesar Arana no podía solo motivarse por el amor para lograr ampliar sus horizontes económicos. La búsqueda de poder y riqueza era lo que lo impulsaba a que se adentrara en el Amazonas, pero debemos tener en cuenta que bien pudo quedarse en su natal Rioja, alejarse de Eleonora y casarse con cualquier otra muchacha con menos independencia que ella, pero no fue así.
Julio Cesar veía en el Amazonas un mundo lleno de expectativas y oportunidades. Tal vez, en uno de sus tantos viajes vendiendo sombreros de paja, conoció a algunos negociantes de cierta materia prima llamada “caucho” que abundaba en el Alto Amazonas y que iba teniendo gran demanda en el mercado extranjero, el cual era utilizado para envolver cables y llantas de autos.
Años más tarde recordaría aquel primer viaje al puerto de Pará, un puerto en el que ingresaban y salían los buques al río Amazonas. Para llegar a Pará debía, en primer lugar, pasar por Iquitos y luego embarcarse por Manaos, que solo era una parada más de un largo trayecto. Cuán grande debió ser para él ver la extensión del Putumayo con sus sinuosas riberas que parecen no culminar nunca. Julio Cesar era entonces solo un joven comerciante que no se imaginaría jamás que todo ello sería parte de su imperio de casi seis millones de hectáreas donde se derramaría sangre y plagaría el terror.
Sus viajes eran constantes y demandaban meses, pero nunca dejó de escribirle a su amada Eleonora cuando tenía la oportunidad de encontrar alguna agencia de correo. La bella maestra había decidido vivir en Yurimaguas donde ejercía de docente en la primera escuela estatal de esa región.
En las cartas, Eleonora podía ver el cambio de Julio Cesar, cómo se había convertido en un hombre aventurero que incursionaba en ciudades selváticas mientras hacía negocios. Además, Julio Cesar, en sus momentos de descanso leía todo libro que tenía a su alcance; un hábito poco frecuente en comerciantes, pero que la bella Eleonora sabría reconocer bien. Años después Julio Cesar Arana, cuando fuera el gran barón del caucho, tendría la biblioteca más grande y completa de la Amazonía.
Pero el único medio de comunicación en la selva era el correo y, para Julio Cesar, las distancias eran inquietantes. Por eso un día decidió hacer un viaje a Yurimaguas solo para visitar a Eleonora y fue entonces cuando un hecho fortuito logró romper el cristal que retenía los sentimientos ocultos de la joven maestra.
En un navío precario se embarcó Julio Cesar hacia el Yurimaguas por el río Huallaga, había hecho sus negocios y estaba decidido a ver por algunos momentos, aunque sea, a Eleonora. Antes de llegar al puerto, la embarcación chocó con un grueso tronco: el cascó se abrió, el navío se volcó y rápidamente se hundió. Era de noche, en medio de la selva, y no había quién los ayudara. Las aguas turbulentas del río hicieron que los tripulantes murieran ahogados. Solo Julio Cesar, quien se aferró a un tronco que flotaba, llegó nadando a la orilla del puerto.
La primera noticia que llegó fue la del navío que se había hundido con todos sus tripulantes dentro en los que estaban el enamoradizo Julio Cesar. A pesar de ello, Eleonora estaba pasiva; un presentimiento la calmaba aunque todo decía lo contrario. Ciertamente, Julio Cesar estaba vivo y llegó a su casa empapado. Ella lo arropó y fue entonces cuando se le aclararon los sentimientos y entendió hasta donde podía llegar el amor de este hombre.
El 2 de junio de 1887 se casaron Julio Cesar y Eleonora en Yurimaguas. Debió ser una celebración llamativa pues ella era conocida por su labor como maestra y su belleza resaltaba a cada paso que daba. Él era un apuesto joven de Rioja: de talla alta y corpulento con casi ningún rastro de sangre indígena. Le dio de obsequio de bodas una delicada pulsera de oro con un zafiro incrustado.
Julio Cesar era un hombre antagonista y esta boda, en realidad, no significó la felicidad perpetua. Si bien había logrado casarse con su amada Eleonora, la vida de casados sería complicada. Su relación iría acompañada de largos periodos de ausencia, por los negocios de él, en los que la incertidumbre por si volvería de la selva rondaba constantemente la relación.
El trabajo de Julio Cesar era el de proveedor para todos aquellos que trabajaban en la jungla, desde el cauchero hasta el empleado. Les llevaba “avios” que eran municiones, armas, provisiones. Todo lo necesario para la supervivencia y el trabajo en medio de la selva.
Abrió un negocio con su cuñado, Pablo Zumaeta, en Tarapoto. Este muchacho se convertiría en su mano derecha de por vida. Fue creando un círculo familiar donde su hermano Lizardo también participaba y hasta su otro cuñado Abel Alarcón quien se había casado con una de sus hermanas.
Sus viajes por la selva como vendedor de avios le hacían entender lo fácil que era endeudar a los caucheros proveyéndoles de suministros y de lo importante que era que le pagaran en caucho y no con soles. El caucho solía subir de manera insólita de precio, por lo que llegaba a ganar hasta el cuádruple de lo que invertía.
Julio Cesar asumía que ahora, que era un hombre casado y que había nacido sus primera hija, era el momento de alzar sus negocios hacia ámbitos que le aseguraran una vida con todo el poder y riqueza que tanto había ambicionado. Este tipo de negocios eran, sin más, del caucho.
Así, Arana, adquirió unos terrenos donde se agrupaban árboles gomeros. Pero el verdadero problema era quiénes extraerían el caucho. No podían ser trabajadores asiáticos o europeos, pues terminaban diezmados por las enfermedades.
Los únicos que podían realizar esta faena eran los indios, que estaban acostumbrados a estos escenarios patógenos, o algún grupo humano que no tuviera otra opción más que trabajar en ese medio. Esto último fue por lo que Julio Cesar se enrumbó, junto a su cuñado, a Caerá, en el norte de Brasil: iba a reclutar a quienes extraerían su primera plantación de caucho.
Justamente esta región era proclive a sequías prolongadas y feroces por lo cual sus habitantes debían migrar a otros estados o países. Fue en este éxodo en el que un grupo se topó con Julio Cesar Arana. A este no le importó que no hablaran español, ya que lo único importante era que pudiesen extraer el caucho.
Al cauchero se le endeudaba para poder controlarlo a perpetuidad. En primer lugar, les cobró el pasaje al Yurimaguas a unas treinta libras esterlinas a cada uno; las herramientas necesarias para recolectar caucho, armas y provisiones también eran sumadas a sus deudas. Nada era gratuito y Arana se sentía seguro con este sistema pues, según sus libros de contabilidad, tres meses de trabajo continuo no era suficiente para saldar sus deudas. Es más, no les daba tiempo para pescar o cazar; de esta manera las deudas se acrecentaban con cada nuevo pedido de provisiones.
Durante los tres primeros años en los que se inició en el negocio del caucho, Julio Cesar vio poco o nada a su familia, la cual se ampliaba con la llegada de su hija Angélica. Sus grandes convicciones podían más que sus ganas de compartir junto a su familia o las notorias desventajas de competir con el primer gran barón del caucho, Carlos Fermín Fitzcarrald.
Es en estas circuntancias, Arana decidió mudarse a Iquitos para encontrar más oportunidades. Eleonora y sus hijas tendrían que adaptarse a los cambios de Julio Cesar que lo único que parecía importarle era el codiciado caucho. En realidad, en la selva había iniciado la bonanza del caucho y sus precios cada día se incrementaban. Era un contexto demasiado atractivo para Julio Cesar, quien deseaba más poder y riqueza.
Sin embargo una enfermedad lo terminaría dañando de manera física y psicológica. La fiebre del Yavarí golpeó su salud de repente. Esta enfermedad producida por la falta de vitamina B1, producto de alimentarse por largos meses de comida enlatada lo hizo adelgazar, hinchó su estómago y lo deformó.
Julio Cesar trató de curarse con medicina natural. Bebía agua filtrada, jugo de limón y otros remedios caseros; pero la enfermedad empeoraba y por este motivo decidió volver al Yurimaguas. Llegó cargado en una hamaca pues no tenía fuerzas para caminar. Eleonora estaba devastada; veía cómo su esposo, con tan solo treinta años de edad, parecía estar a punto de morir.
En Yurimaguas no había a quién pedir ayuda pues en esa región no habían médicos. Eleonora habría reflexionado entonces si la ambición desmesurada de su esposo se lo había arrebatado por completo. Que si de ese muchachito que le escribía versos en Rioja quedaba algo en este hombre que sucumbía a su codicia y que en realidad había dejado de lado la vida de familia por una carrera plagada de peligros.
Eleonora, por salvar a Julio Cesar, recurrió a ancestrales brebajes amazónicos preparados con hierbas medicinales. La cura no fue rápida pues Julio Cesar padeció durante meses en Yurimaguas. Con mucha lentitud recuperó la locomoción, pero sus ansias de poder no sucumbieron a la enfermedad.
Sus sueños de grandeza estaban aún en su mente, cómo desdeñar la abundancia que había en la naturaleza que cada vez valía más. Además, la fiebre de Yavarí le había dejado secuelas y desórdenes psicológicos que lo cambiaron por siempre. Los que lo acompañaros los siguientes años se dieron cuenta que Julio Cesar Arana no volvió a ser el mismo. Su conducta se volvió mucho más hermética y desagradable. Además tenía sentimientos encontrados con la selva, a la que tanto odiaba, y a la vez la fascinación que le daba sus ganancias al lucrar con ella.
Sin embargo, Julio Cesar se daba cuenta lo inseguro que era vivir en Yurimaguas, que su matrimonio peligraba pues a Eleonora se le acababa la paciencia y que sus hijas necesitaban un mejor futuro. Por eso decidió hacer sus baúles y se mudó con toda su familia a Iquitos para no volver jamás.
Julio Cesar fue haciéndose un nombre de prestigio en Iquitos. Se le consideraba un próspero cauchero y comenzó a impulsar iniciativas educativas en toda la localidad. El primero de sus viajes al Putumayo fue en 1901; entonces demandaba casi quince días el poder llegar. Cuando estuvo en La Chorrea, una parada en el largo trayecto, hizo negocios, pero también pudo conocer a los huitotos, una comunidad amazónica caracterizada por su pasividad.
Posible mente haya pensado en las ganancias que tendría al someter a este pueblo a cambio de nada, de lo fácil que sería. Julio Cesar Arana veía a los indios nativos como los únicos que podían trabajar y sobrevivir en ese hábitat donde estaba el valioso caucho.
Cuando volvió le dieron un gran cargo: alcalde de Iquitos a partir de 1902. Su gestión, que duró un año, fue de ausencias constantes pues el caucho era una prioridad en su vida. Arana no dejó de endeudar a sus caucheros quienes, en realidad, se asumían como parte de su empresa. En tanto sus deudas crecían, Arana podía aprovechar al máximo su mano de obra.
El precio del caucho subía cada día a niveles exorbitantes y así, en poco tiempo, Arana fue creando un gran imperio a costa de las deudas y miserias humanas. A los pocos años, Arana se volvió el hombre más rico del Perú. Su imperio fue secundado por sus familiares y el gobierno jamás condenó sus injusticias.
Aún hoy en día hay estatuas de piedra en diferentes partes de Iquitos y hasta una calle lleva su nombre. Las personas en Iquitos lo recuerdan como un gran señor que trajo progreso a la selva; todo como lo que él siempre quiso ser: un gran hombre, poderoso y rico. Julio Cesar Arana: el gran varón del caucho.
Para conocer más de la amazonía y la historia del denominado «Boom del caucho» puede ver este reportaje:
Fotografías del Álbum de fotografías. Viaje de la comisión consular al río Putumayo y afluentes. Centro Cultural de España en Lima.