A cien años del natalicio de Chabuca Granda, su voz aún resuena en la identidad nacional y en toda la región latinoamericana. Déjame que te cuente su historia.
En la historia reciente del folklore latinoamericano, hay genias que atravesaron todas las fronteras existentes y lograron que su arte se convirtiera en patrimonio universal. Violeta Parra compuso himnos símbolos de los procesos reivindicativos. La negra Sosa nutrió la época dorada del rock argentino. Lo mismo con Chavelas Vargas en México. Perú también tuvo su genia dotada de literatura, pasión musical y orgullo identitario. Hace cien años, esta tierra vio nacer a la cantautora y compositora María Isabel Granda y Larco, más conocida por su nombre artístico Chabuca Granda.
¿Quién era aquella mujer aristócrata de ojos verdosos que recogía el vals y los ritmos afroperuanos para cantarle a la Lima que se va, al amor interracial y a las feminas liberadas de taras?
Su historia
Chabuca Granda nació un 3 de septiembre de 1920. Su padres, Eduardo Antonio Granda e Isabel Susana Larco, la criaron en Cotabamba, Apurímac. A sus tres años, su familia, acaudalada, se mudó a Lima, aquella ciudad contradictoria que -al igual que sus personajes- serviría de inspiración para sus canciones más emblemáticas. En su primera casa, del jirón Moquegua, olvidaría el quechua. La ciudad virreinal era testigo de las primeras olas migratorias de los Andes por entonces y en ella se discriminaba a mansalva lo andino. Por esa razón, tal vez, sus amas no continuaron hablándole en esa lengua. Años más tarde, en la cumbre del éxito, le entristecía recordarlo.
Pero su niñez en el centro histórico fue interrumpida por problemas de salud: el clima dañaba sus amígdalas. Así llegó al balneario de Barranco, en la bajada de baños debajo del “Puente de Los Suspiros”, aquel lugar a quien canta “Puente de los suspiros, quiero que guardes en tu grato silencio mi confidencia”. En aquel distrito húmedo de imagen bohemia, Chabuca y su hermano se enamoraron de la música después de escuchar el piano de Carlos Saco Herrera, un reconocido compositor peruano de los años 20. Y si bien desde la escuela cantaba, solo alcanzó la profesionalidad a la edad de 30 años, mediante sus composiciones.
“El artista está condenado a una gran soledad, pero debe saber disfrutarla, si no está perdido”.
Chabuca en una entrevista del programa español «A Fondo».
Las versiones de Chabuca
Chabuca no era música profesional, pero irradiaba música. Tocaba a medias la guitarra y el piano. Escribía por las noches porque en ellas encontraba paz. Y aunque dijera que no era una poeta, pulía obsesivamente las palabras para que tomaran vida en un verso. Las silbaba para encontrar el sonido, entonación y silencio perfecto. No temía arrancar una hoja de cuaderno colegial y tirar sus ideas al tacho. El arte, según ella, necesitaba de rigurosidad y constancia. Finalmente, cuando por fin tenía el texto escrito y los acordes principales encima de cada palabra, llamaba a su cómplice musical: el guitarrista Lucho González. Le cantaba la melodía y le contaba el sentimiento que deseaba transmitir. Él, en su misma sintonía, le correspondía con las armonías.
Chabuca se distinguiría en la música popular no solo por su inigualable voz y su poesía hecha música, sino porque sus tópicos proponían una mirada genuina de la ciudad, la vida obrera y la mujer independiente. Estamos hablando, entonces, de una rara avis entre los círculos aristocráticos.
A riesgo de ser reduccionista, en sus composiciones es posible distinguir tres etapas: la Lima como inspiración, la canción social y la música afroperuana. De la primera es “La flor de la canela”, aquel vals que recoge una imagen de larga data en la poesía peruana: el río (Rímac), el puente (del Rímac) y la alameda (de los Descalzos). La canción fue inspirada en Victoria Angulo, una mujer negra del Rímac que le relataba su camino por el puente de palo para llegar a casa. “Jazmines en el pelo y rosas en la cara/ airosa caminaba/ la flor de la canela /derramaba lisura y a su paso dejaba/ aroma de mixtura/ que en el pecho llevaba…”, la describe Chabuca.
De su segunda etapa destacan los temas dedicados al poeta Javier Heraud: “El Fusil del Poeta es una rosa”, “Las buenas flores de Javier”, de quien había escuchado anécdotas a partir de César Calvo, reconocido poeta de los sesentas. Más adelante Calvo escribiría María Landó y Chabuca sería la primera intérprete en darle vida sonora. “María sólo trabaja y su trabajo es ajeno”. “¿Cómo será tu piel junto a mi piel? ¿Cardo o ceniza?”
En su última etapa, además de hablar sobre las minorías negras en sus canciones, Chabuca se nutrió de la música afroperuana y buscó rodearse de agrupaciones como Perú Negro y El Carmen. Incorporó el cajón peruano, el zapateo, el festejo, la marinera y el landó. Homenajeó la tradición de Victoria y Nicomedes de Santa Cruz. De este periodo también es la canción “Coplas a Fray Martin” dedicada al ícono negro de la religión católica, San Martín de Porres.
Los ecos del siglo
Hablar de Chabuca en Latinoamérica es invocar a una deidad musical omnipresente en muchas propuestas artísticas de la región. Solo en la nación, las cantoras que han continuado con el legado de su maestra han sido Susana Baca y Eva Ayllón, ambas jóvenes promesas ante los ojos de Chabuca, además del tenor Juan Diego Flores. Pero además de aquellas grandes voces, otros grupos de distintos géneros han proliferado su tradición. Un ejemplo es el dúo electrónico Dengue Dengue Dengue, quienes a través del sample, le dieron a Cardo o Ceniza una atmósfera oscura y envolvente.
Y, en el mundo entero, las voces que han revivido a Chabuca han sido numerosas. Caetano Veloso, el famoso músico brasileño, cantó Fina Estampa; Pedro Aznar, músico de rock argentino, interpretó María Landó y el español Raphael le dedicó el vals “Chabuca, Limeña” por motivo de su fallecimiento, en 1983.
El amor de los hispanohablantes hacia Chabuca Granda no tiene comparación. Este año, en febrero, la ciudad de Córdoba en Argentina se vistió de los colores peruanos para homenajearla con lo mejor de su folclore. Chabuca sentía un gran amor por aquel país y por eso durante la guerra de las Malvinas le dedicó “Argentina agredida”. Asimismo, al igual que Mercedes Sosa, reinterpretó “Zamba para no morir” de Hamlet Quintana, en una mezcla de bossa nova y jazz. Argentina la quiere mucho.
El pasado 1 de septiembre, en el Gran Teatro Nacional, el Ballet Folclórico Nacional, el Coro Nacional del Perú y la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario ofrecieron un espectáculo en homenaje a Chabuca cumpliendo las medidas sanitarias. Bajo la dirección de Fabricio Varela y en compañía de cantantes como Kevin Johansen, Lidia Barroso, Soledad Pastorutti, entre otros músicos argentinos y colombianos. El vídeo lo puedes encontrar aquí.
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