Víctimas de la oligarquía y de las pasiones que despierta el fútbol, Honduras y El Salvador, se enfrentaron en una guerra que, en tan solo 4 días, dejó más de tres mil fallecidos. Un gol de ‘Pipo’ Rodríguez es señalado como detonante del conflicto. Sin embargo, el fútbol solo sería la capa bajo la que se esconden desigualdades sociales extremas y tensiones políticas originadas por sendos gobiernos.
Corría el año 1969 y las selecciones nacionales iban sellando su pase a la fiesta más grande del fútbol. México 70 dejaría huella en la memoria y el corazón de los más apasionados al deporte rey. Argentina se quedaba fuera de un mundial por primera vez en su historia y los espectadores alrededor del mundo podrían disfrutar, a colores, toda la magia que desplegaba aquel mítico Brasil de Pelé y compañía.
Todos quieren ser parte de la cita, pero todos no pueden. En la mayoría de países de América Latina el fútbol tiene ese condimento especial que despierta el frenesí que mueve a poblaciones enteras. Honduras y El Salvador no son la excepción. Ambos seleccionados nacionales se verían las caras en encuentros de ida y vuelta para saber quién formaría parte del bombo 4‒“Resto del mundo”, en el antiguo formato mundialista‒en el sorteo para la fase de grupos del mundial.
Tensiones en Centroamérica
La tensión es un aditivo que nunca está ausente dentro un campo de fútbol y entre estos dos países se encontraba a punto de estallar. El Salvador era, por ese entonces, un país que se encontraba controlado, en su totalidad, por grandes terratenientes que habían dejado muy por debajo en la escala social a la gran cantidad de habitantes que se dedicaban a la agricultura.
Desde 1931, los salvadoreños se encontraban en una situación de completa injusticia: el 1% de la población tenía bajo su mando al 43% de las tierras cultivables del país. Lo que restaba sería reñido entre el 99% restante de una población de 3 millones de habitantes, en donde la mayoría eran campesinos.
En vista de la situación, Honduras aparecería como la válvula de oxígeno que le daría un respiro a tantos salvadoreños oprimidos por la dictadura de su país. 5 veces más grande en territorio y con tan solo 2 millones 300 mil habitantes, el gran vecino del este sería el nuevo hogar de miles de migrantes que empezarían su gran recorrido hacia una mejor vida a partir de 1960.
Masivo había sido el desplazamiento de salvadoreños hacia suelo hondureño. En él habían visto la oportunidad de trabajar las abundantes tierras que no copaba la poca población del país y también de ser contratados por compañías estadounidenses que operaban allí.
No obstante, para 1962 y ante la gran cantidad de migrantes, el gobierno de Honduras emitiría una ley de reforma agraria, la cual estaría orientada a la redistribución de los campos. Campos que, en ese entonces, ya trabajaban los salvadoreños migrantes quienes, debido a esta nueva norma, se verían forzados a regresar a su tierra natal.
A pesar de esto, para 1969, eran cerca de 300 mil salvadoreños viviendo en Honduras. Pero, a diferencia de años pasados, la tensión por las nuevas leyes impuestas y el arrebato de tierras había dejado vulnerable la sensibilidad de ambas poblaciones. El más mínimo roce‒lamentablemente, un partido de fútbol‒despertaría una guerra de corta duración pero con una larga lista de víctimas.
La ‘gloriosa’ clasificación
8 de junio de 1969. Tegucigalpa, la capital hondureña, era testigo del encuentro de ida. La selección de El Salvador no había podido dormir bien debido a que los aficionados hondureños pasaron toda la noche fuera del hotel donde se hospedaron. Lo único que pudieron hacer fue oír sus ruidos e insultos que tuvieron como consecuencia a un ojeroso combinado salvadoreño en cancha.
Un partido de pocas emociones en los 90 minutos. Segundos antes de que el árbitro lo diera por finalizado, José ‘la coneja’ Cardona abriría el marcador para el conjunto hondureño y sellaría un 1 a 0 definitivo para los de casa. Dejándose llevar por el arrebato de una tarde de fútbol, la vehemencia de una muchacha salvadoreña, presa de sus pasiones futboleras, le había llevado a dispararse en el corazón por la derrota. Amelia Bolaños empezaría a pintar de rojo esta historia.
15 de junio. Una semana después, el estado Flor Blanca en San Salvador, sería el campo bajo el cual se detone la primera ‘bomba’: un contundente 3 a 0 de los locales. Resultado que tendría como consecuencia un partido extra que definiera quién sería el clasificado. El encuentro tendría sede en un lugar neutral.
27 de junio. El estadio Azteca de México, donde meses más tarde Pelé alzaría su tercera y última copa del mundo, vería cómo las trincheras hondureñas y salvadoreñas necesitarían de una gran contingencia policial para ser separadas. El pitazo inicial no solo daba comienzo al partido, sino también a una larga tensión que se vería rota cuando Mauricio ‘Pipo’ Rodríguez anotará el 3 a 2 a favor de los salvadoreños y le diera a su país la gloriosa clasificación y el inicio de una guerra.
Consecuencias de un momento histórico
El delantero de la selección salvadoreña solo siente orgullo por haber clasificado, por primera vez en la historia, a su país al torneo de fútbol más importante de todos. Sin embargo, los medios se encargaron de empañar este gran logro deportivo cuando bautizaron al conflicto como “La guerra del fútbol”.
«La ‘guerra’ del fútbol la ganó El Salvador 3-2», titulaba, a la mañana siguiente, la agencia UPI de noticias internacionales.
El día posterior al encuentro decisivo, el gobierno de Honduras tomaría la decisión de expulsar a los salvadoreños que aún vivían en su país. «Nadie le gana a Honduras» y «Vamos a vengarnos de ese 3-0» eran algunas de las pintas que adornaban las calles hondureñas, según retrata el periodista polaco Ryszard Kapuściński, quien se encontraba en la zona por aquella época.
El descontrol tomaría un pico máximo cuando, el 14 de julio, Honduras ordenó a sus fuerzas militares invadir y bombardear al país vecino. Cuatro días y 3 mil fallecidos después, la Organización de los Estados Americanos haría que ambas naciones lleguen a un acuerdo de cese al fuego. Sin embargo, los achaques de las penosas decisiones de la dictadura salvadoreña llegarías más allá, pues solo tiempo después estallaría la guerra civil en aquel país y se llevaría consigo a cerca de 70 mil víctimas.
El regocijo de estar presente por primera vez en un lugar tan importante como un mundial de fútbol no pudo ser disfrutado por la población salvadoreña. El fútbol siempre da alegría y no es la gente apasionada ni el mismo deporte quien debe ser visto como el culpable de hechos tan desastrosos.
Es una situación que se repite en varios lugares alrededor del mundo: sociedad a punto de estallar y ridículas decisiones políticas nunca pueden traer consigo nada bueno. Sin embargo, los verdaderos causantes de nuestras desgracias siempre tendrán a la mano a aquellos medios que ayuden a formar en el imaginario de las personas que es el fútbol y sus apasionados quienes son los culpables de todo.
Foto principal: Revista DeTaco