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San Marcos y sus víctimas ignoradas

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos lleva en sus aulas parte de la historia del Perú. La intervención militar en medio de la guerra interna no fue ajena a muchos miembros de su comunidad quienes en algunos casos son hasta el día de hoy víctimas ignoradas.

Eran las 6 de la tarde en la ciudad universitaria, año 1992, y Elías Pacotaipe recuerda el sonido de las botas de los soldados que habían tomado el comedor de la ciudad universitaria como base militar. Recuerda también que aquel día los estudiantes, docentes y trabajadores organizaron una gran marcha para echarlos.

—¡DEFIENDAN LA BASE MILITAR, CARAJO!— ordenó un general con firmeza. Los soldados no dudaron un segundo. Bajaron las escaleras en tropel y se enfrentaron a los estudiantes. Uno agarró su arma, la empuñó y disparó al aire. Fue entonces cuando comenzaron a llevarse a los manifestantes. A muchos de ellos nunca más se los volvió a ver.

— La gente habla solo de La Cantuta, señorita. Pero en San Marcos hubieron muchos más muertos. ¡Y nadie habla de eso!— dice indignado.

Ahora Elías peina canas y viste formalmente para laborar en las oficinas de la Facultad de Letras de la UNMSM. A diferencia de otros entrevistados, él se muestra muy simpático y entusiasta por responder nuestras preguntas. Sin embargo, también da la impresión de querer quitarse de encima el peso del silencio.

En San Marcos, encontrar a alguien como Elías, que accede a hablar sobre las víctimas y desaparecidos durante los noventa, no es sencillo. A pesar de ello, casi treinta años después, decidimos recordar aquellos convulsionados años y reconstruir algunas historias.

Sanmarquinos entre militares: cuando se juntaron con las armas. 

Fuente: Taller de Fotografía Social (TAFOS). Archivo de la FUSM.
Foto: Federación Universitaria de San Marcos

Son las 10:30 a.m. de una mañana cualquiera en el año 1991. La ciudad universitaria parece sombría y está vacía. Julio César Díaz recuerda que salió de su facultad a buscar unos libros cuando de pronto escuchó- ¡pam, pam, pam! – Eran las botas de un contingente de militares que se dirige a la Facultad de Letras. Ordenan a los estudiantes que hagan colas y se identifiquen mediante una lista. 

El 21 de mayo de ese año, Alberto Fujimori  logró ingresar a las instalaciones de la UNMSM en compañía de militares. Como dejan constancia los diarios La República y El Comercio del día siguiente, los estudiantes recibieron con gritos, huevos, tomates y piedras a la comitiva del Estado. El objetivo era limpiar a la Decana de toda propaganda subversiva.

Sin embargo, según la revista sanmarquina Herejes y Renegados y la Comisión de la Verdad y Reconciliación(CVR),  la intervención militar fue apoyada por un grupo mayoritario en San Marcos. 

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

— Desde el 85, San Marcos era un desastre total. Los profesores y administrativos llegaban a la hora que querían.  ¡Se necesitaba ooor- den! Con los militares mejoró un poco. – comenta Mauricio Jesús, actual bibliotecario de la Facultad de Letras y trabajador sanmarquino desde hace 38 años. Al hacerlo, desfigura su cansado rostro y asiente con la cabeza. 

—  Las fuerzas armadas pintaron y arreglaron todo en San Marcos. Lo dejaron tan bonito, que sin mentirte, una señora, durante el verano, entró y me preguntó por una actividad y me dijo ¿Qué?, ¿No es esta la Católica?  – ríe pausadamente y se coloca sus enormes lentes transparentes carey.  

Parte de la historia no contada de las intervenciones en San Marcos yace en el recuerdo de quienes estuvieron presentes. Durante estos años se permitieron graves delitos contra los derechos de estudiantes, docentes y trabajadores. Sin embargo, estas acciones no son comentadas ni recordadas en la actualidad. 

En la biblioteca de la Defensoría del Pueblo se encuentran decenas de casos de sanmarquinos que fueron  detenidos irregularmente, desaparecidos en custodia de las fuerzas armadas, o asesinados. A pesar de ello, muchos entrevistados niegan conocer estos hechos de abusos o se muestran cortantes ante nuestras preguntas. 

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

—Eso no ha pasado en San Marcos— dice desde su escritorio el actual jefe de la biblioteca de Ciencias Sociales. Julio César Díaz. Tiene el cabello brillante, entradas amplias y mirada preocupada. Son las 4 de la tarde en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es la primera vez que nos niegan lo que ocurrió aquí mismo.

 —¿Cuando fue estudiante, en el año 92, supo  de algún miembro de la universidad: alumno, docente o trabajador, que fue asesinado o desaparecido? — Julio no dice nada. Hay un silencio incómodo en su oficina que está en un ambiente al lado de la biblioteca. Él toma aire, se acomoda en su silla de cuero y responde de manera tajante: no. —¿Supo alguna vez si en el segundo piso del comedor golpearon o torturaron personas? —Julio parece reflexivo, mira a la pared y como si se le escaparan las palabras de la boca responde —: puede ser. 

Según la Defensoría del Pueblo, en 2001 San Marcos instaló su propia Comisión de la Verdad con la que logra entrevistar a 57 estudiantes y 1 catedrático recluidos en el penal de Castro Castro. Según esta comisión, entre el año 1992 y 1993 se concentró la mayor cantidad de estudiantes acusados de terrorismo. Gerardo Saravia, periodista y director de ideele, sería uno de los tantos estudiantes apresados y acusados entre dichos años.  

Gerardo Saravia y William Atauje: ser víctima entre rejas y la desidia por el RUV

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

Esperamos en la recepción del Instituto de Defensa Legal (IDL), donde Gerardo Saravia dicta un curso de periodismo. Terminado, este nos recibe de forma muy amable. Viste  camisa a cuadros, jeans y lentes plateados. Está algo despeinado, no se lo ve ansioso por la entrevista, pero tampoco particularmente alegre. Se sienta con una pierna sobre la otra y comienza la entrevista hablando sobre su inicio en la universidad. 

Gerardo Saravia ingresó a la carrera de Antropología en el año 1991 y recuerda a San Marcos como un lugar convulsionado. Afirma que se mantuvo crítico ante la figura militar y la intervención de la decana. Para Saravia, convivir con militares fue terrible. 

—Constantemente hacían rondas, uno no podía hablar libremente. No te podías expresar libremente, no te podías expresar políticamente.— Gerardo lo dice con voz tensa, pero con cierta elocuencia y ganas hablar, ya que después no nos podrá hablar más de lo que sucedería en San Marcos. 

Saravia es sindicado como terrorista, según el diario Correo, el 13 de febrero de 1992, durante un operativo que se dio en Surquillo. Él recuerda que el policía lo detuvo, vio su carné universitario y dijo: “¡Ah!  este es uno de los terrucos”. Entonces lo encapucharon y llevaron a una comisaría. 

Nicolás Lynch en su libro “Los Jóvenes Rojos de San Marcos”, afirma que desde los años setenta hubo un prototipo discriminatorio para los sanmarquinos. Esto es confirmado por la CVR cuando dice que existía un perfil del senderista con el que se guiaba las fuerzas del orden para las detenciones: joven, andino, migrante. Si a estas característica le agregamos que era miembro de la universidad San Marcos, el detenido era sindicado como un terrorista en potencia.

—Me quisieron hacer firmar unos papeles. Yo no firmé— asegura Gerardo. Tenía una expresión algo tensa, pero con voz segura y tranquila.—  Movía las manos constantemente, mientras explicaba su anécdota.  — Luego lo llevaron a la Dircote. Revisaron a su casa y allí encontraron sus libros de Marx y Mariátegui. También, una serie de publicaciones de las revistas Sí, Caretas y de otros diarios. Según el diario Correo, fue condenado a 12 años de prisión. Él añade que fue por jueces sin rostro. 

La Comisión de la Verdad de la UNMSM encontró que de los 57 alumnos que seguían presos por terrorismo en 2001, 23 fueron encarcelados en 1992. El 52% fue apresado en la vía pública y otro 30% en su domicilio. Uno de estos, fue Gerardo. Él pasó 9 años de su vida en el penal de Castro Castro junto a otros senderistas. Saravia afirma que los primeros años encerrado fueron los más duros.

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

—No te permitían tener acceso a nada de lectura. Estaba prohibida —

Gerardo suspira y hace una pausa — Nos tenían encerrados las 24 horas del día. Amontonados de a cinco, en celdas hechas para solo una persona y allí mismo teníamos que hacer nuestras necesidades biológicas. Era terrible.

Gerardo recuerda varias historias de cuando estuvo en prisión. Pero no parece querer entrar en detalles. Su elocuencia anterior se va reduciendo mientras recuerda esos episodios. Muestra una mirada perdida y deja de moverse en su silla giratoria. Al hablar de su pasado, tiene la misma impresión que otro de nuestros entrevistados: William Atauje, trabajador de la universidad de San Marcos, miembro del Sindicato Único de Trabajadores que trabajó por esos años en San Marcos. Fue apresado un año antes que Gerardo, en el 91.

Atauje llega 30 minutos después de la hora pactada. Se nota apresurado al hablar, sudoroso y pero con una gran sonrisa. Lleva en una mano, una maleta visiblemente pesada y en la otra, un celular que no deja de sonar durante el saludo y que no dejará de hacerlo a lo largo de la entrevista. 

Según cuenta William, a él lo llevaron mientras se dirigía a su casa ubicada en La Victoria, en una de las tantas batidas que efectuaban la policía y los militares. Estuvo preso, al igual que Gerardo, en el penal Castro Castro. Sin embargo, los 4 años y medio que estuvo encerrado, lo hizo esperando una sentencia. Luego, jueces sin rostro lo procesan y absuelve al comprobar que nunca estuvo vinculado a Sendero Luminoso.

Sobre su estancia en la cárcel, él nos cuenta que en el pabellón designado para subversión y terrorismo se vivía en mejores condiciones en comparación a otros pabellones.

— Más que estaba yo por ser simplemente  un miembro gremial de un sindicato que estaba en contra de la intervención de San Marcos. — esta última frase queda abierta ante nuestra investigación. Obliga a deducir que dentro del penal existieron rangos y su condición  lo obligó a solo obedecer. ¿A quiénes? no lo cuenta. Sus palabras son aceleradas e  ininteligibles. —

William Atauje se considera una víctima. Sin embargo, nunca se inscribió en el Registro Único de Víctimas (RUV) para ser considerado como tal de manera oficial y obtener los beneficios que conllevan. Mas bien, según cuenta, apenas recobró su libertad lo único en lo que pensó era en ganar el tiempo perdido con sus tres hijos.  

 —Mi prioridad fue recuperar los momentos y revertir el desapego que hubo, de una u otra manera. Solo quería pasar la página.— afirma William con mirada cansada y la espalda encorvada.  A pesar de ello, años después, se enteraría que el Gobierno Peruano le ofrecía una reparación por 4000 dólares que él jamás gestionó. 

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

Atauje, a diferencia de Gerardo, consiguió retornar a San Marcos ya que nunca tuvo sentencia por terrorismo. En la actualidad solo desea terminar su carrera de abogacía. 

En tanto, Gerardo Saravia, fue indultado por salud en el año 1999.  Hoy es editor de la revista Ideele y sigue de cerca casos en los que se vulneran derechos humanos.

Gerardo Saravia afirma tener problemas por su sentencia. Hasta ahora, él no puedo seguir sus estudios en ninguna universidad nacional ni impartir cátedras. Tampoco está inscrito en el RUV. Según cuenta, se lo impide también la sentencia por ser miembro de Sendero Luminoso 

Sobre estos casos,consultamos al RUV y nos confirmaron que los indultos y sentencias se evalúan luego de iniciar el proceso de registro como víctima. Poseer sentencia no es un requisito excluyente. Se lo comentamos a Saravia y no le dio mucha importancia. 

Antes de retirarnos, Gerardo afirma no conocer ningún caso de desaparición forzosa a estudiantes, trabajadores o docentes de San Marcos. Sin embargo, le leímos una lista de nombres elaborada por nosotros, en base al registro de la Defensoría del Pueblo. 

—Juana Margarita Coquillo Mercado —le decimos.

—No la conozco —responde.

Juana era estudiante de derecho cuando fue detenida en 1984, según la CVR. Luego de 6 años sale libre y desaparece en 1991. Nunca se vuelve a saber de ella. El diario La República menciona que habría sido asesinada por senderistas.

—Luisa Mercedes Machaca Rojas— volvemos a decirle.

—Tampoco…—Gerardo se toca la barbilla y reflexiona un momento— Sigue diciéndome los nombres que tengas, por favor.

Luisa Mercedes fue estudiante de Trabajo Social por la UNMSM. Según la CVR, fue detenida y torturada en 1992. Se la sindica como partidaria de Sendero Luminoso. Sin embargo, salió indultada en 2001.

—José Clemente Cigüeñas Linares…—Seguimos.

—José Cigüe… a él sí lo conocí —Afirma. Gerardo se tapa la boca, abre los ojos y hace un largo silencio— Yo nunca supe que estaba desaparecido hasta hoy. Yo lo conocí. Él era un trabajador en San Marcos. Sí, decía sus ideas abiertamente, pero no militaba. No. — Gerardo habla rápido, como si pensara en voz alta.  

Según el registro de la Defensoría del Pueblo, José Cigüeñas fue desaparecido el 17 de enero de 1995 cuando se dirigía a la universidad. A unas cuadras de su casa se detuvo a leer las portadas de periódicos. Allí, cuatro sujetos armados lo interceptaron desde un automóvil y, según testigos, se lo llevaron bajo amenaza de muerte. Hasta ahora se desconoce su paradero. 

—Saben…—dice Gerardo— Yo conozco a una persona que conoció de cerca el caso de un estudiante asesinado en San Marcos—. Cuando pensábamos que no tendríamos más pistas, Gerardo nos abre una nueva posibilidad. Es de esta forma que llegamos a contactar a Víctor Robles, amigo del fallecido Rafael Larios. 

Rafael Larios y una matanza de bajo perfil

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

Llamamos por teléfono a Víctor Ernesto Robles Gimenez. Él vive en Talara y se dedica a la actividad petrolera. Aunque ha perdido casi todo el contacto que tuvo con su pasado en Lima, acepta nuestra entrevista para hablar de lo que él considera fue la injusta muerte de su querido amigo Rafael.

—Rafael Larios era atlético, un poeta, muy sentimental y recuerdo que estaba profundamente enamorado de una chica que estudiaba antropología.— Victor Ernesto se escucha animoso al hablar de su amigo. —Nunca supimos que él podría ser parte de un grupo subversivo— dice Robles, quien también fue estudiante de Sociología en el año 1991 y amigo íntimo de Larios. Se acongoja al hablar de la persona con quien solía asistir a conferencias, escuchar sicuris y cantar en el mítico Estadio San Marcos.

— Pero luego de terminar su relación, de un momento a otro ya no volvió a la universidad. Se alejó, y nunca nos dijo si estaba o no estaba en Sendero — señala Robles. Según la CVR, afirma que los partidarios de Sendero Luminoso se caracterizaban por ser personas solitarias y solían alejarse de sus familiares y amistades. 

Victor Ernesto nos cuenta que era 24 de junio de 1991 cuando viajó a Talara para acompañar a su padre. Estaba allá cuando recibió la llamada que lo marcaría para siempre.

—Me dijeron que habían matado a Rafael— Victor Ernesto no lo podía creer. Intenta contar pero no le fluyen las palabras. 

Es el padre, Agustín Larios, quien se encargó de buscar justicia para esclarecer la forma en que murió su hijo. Su testimonio sobre el caso lo encontramos en la Defensoría del Pueblo. A Rafael lo acusaron de ser miembro de Sendero Luminoso y de intentar tomar una comisaría en Villa María del Triunfo. Murió en el enfrentamiento contra los militares. 

—Nunca hubo un esclarecimiento del hecho, la justificación del Estado fue que Rafael era un subversivo y que se le había disparado en una acción armada— dice Víctor Ernesto Robles. Más calmado que antes, resignado a aceptar la realidad.

Este fatal incidente es conocido como “La matanza de San Gabriel”. Su existencia es un secreto a voces y con poca información que lo corroboren. En el testimonio del padre de Rafael Larios se afirma que este hecho fue cubierto por el programa de televisión Contrapunto. Sin embargo, nunca pudo rescatar aquel material. Este caso no fue investigado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), tampoco por el Registro Único de Víctimas. Sólo el El Diario Internacional, como iniciativa independiente online, aborda lo que fue “La matanza de San Gabriel” usando la información que da el Taller de Investigaciones de Ciencias Sociales de San Marcos. 

Este medio señala que la matanza ocurrió el 19 de junio de 1991 y tuvo como detonante una protesta de los estudiantes sanmarquinos por la intervención militar de ese año.

Foto: Federación Universitaria de San Marcos

“El primer caído fue Rafael Avelino Larios Verástegui” —se puede leer en el diario— “Larios era estudiante de la escuela de Sociología de nuestra universidad; murió cerca del mercado de la zona, atravesado por una bala de FAL en la pierna izquierda” — 

Sin embargo, lo importante para el padre de Rafael es que, tal como cuenta el diario, esa noche, en el asentamiento humano San Gabriel Alto, militares y policías rodearon a los sanmarquinos y empezaron a disparar. Ellos corrieron y subieron a los cerros para salvar sus vidas. Algunos estudiantes lograron refugiarse dentro de las chozas de los vecinos de la zona y se hicieron pasar por sus familiares. Este hecho, según el Diario Internacional, dejó en total 7 fallecidos, 16 desaparecidos y 51 detenidos, entre los cuales también se cuenta a pobladores de la zona. 

Hoy Victor Ernesto Robles vive en Talara. En memoria de su amigo asesinado, le puso de nombre Rafael a su hijo. Además, decidió no tener conexión con sus amistades de la universidad. 

Historias como las de Rafael Larios, Gerardo Saravia, William Atauje y otros más recorren las facultades de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Así rondan como fantasmas en los recuerdos de trabajadores, profesores y alumnos asesinados, torturados. También en los familiares y amigos de los desaparecidos. Ni el Estado, ni la sociedad o incluso la propia comunidad sanmarquina los ha reconocido. Muchos callan porque no quieren recordar ese pasado traumático, otros por comodidad.

Son las 4 de la tarde en la Facultad de Letras de la universidad más antigua de América. Elías Pacotaipe termina de hablar y recordar el pasado con una mirada de satisfacción. Se pone de pie y se siente ligero. Como si hubiera dejado de lado un secreto que guardaba durante años y que le pesaba mucho. 

—Muy bien, eso es todo lo que puedo decir— afirma casi alegre, como si terminara de recitar un poema. Se despide amablemente. Sabe que la historia no terminará allí.

Para conocer más sobre cómo ingresó el ejército a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos vea el siguiente video:

Autores:

Cristina Alvarado Ortiz 

Diego Alzamora Villa

Gerardo Muñante Pacheco

Naomi Reyna Aguilar

Fotografías: Taller de Fotografía Social (TAFOS). Archivo de la FUSM.