¿Podemos pensar acaso en un deporte en el que el árbitro, ‘referee’ o juez sea el personaje principal del encuentro? Sin duda, su decisión luego del cobro de una falta será importante y más aún si tiene una tarjeta de por medio, pero más allá de esos instantes, su participación pasa por alto, o al menos así debería ser. Sin embargo, para Fabián Madorrán pasar desapercibido era no solo una tarea difícil, sino un imposible. No porque no pudiese o no estaba capacitado para así hacerlo, sino porque al parecer no lo deseaba: algo que, directa o indirectamente, le costaría la vida.
El que quiso ser protragonista
«El árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera», reza una de las tantas frases que Eduardo Galeano le dedica al fútbol y sus personajes. Y esta cita bien podría representar a Madorrán, pues como ninguno, gesticulaba más de la cuenta, no perdía de vista a la cámara que tantas veces miraba y los anillos, pulseras de oro y muñequeras negras vistosas jamás faltaban en su indumentaria.
Cada falta cobrada era una oportunidad para exhibirse brilloso, cada final de un encuentro, una oportunidad para conversar con la prensa: salir del anonimato que su oficio aparentemente demanda, pero que para alguien como Madorrán no parecía satisfacer. El bajo perfil del cual se despedía, más temprano que tarde, le traería pésimas consecuencias.
Desde su nacimiento el 29 de junio de 1965, en Remedios de Escalada, Buenos Aires, pasaron 37 años hasta su debut en la Primera argentina aquel agosto de 1997. Con 161 partidos arbitrados, en septiembre del 2003, le dijo adiós a su labor, en un encuentro cargado de polémica tras el cobro de un penal catalogado como ‘inexistente’ para River, el cual le permitiría ganar el encuentro frente a Chicago. Esa sería tal vez la gota que rebalsó el vaso.
La sanción
El 29 de septiembre del 2003 y bajo la premisa del “inicio de una tarea en procura de optimizar los recursos humanos arbitrales y a la promoción de jóvenes profesionales”, Fabián Madorrán sería expulsado del referato profesional. “En todos los casos las desvinculaciones se fundarán en aspectos referidos a la aptitud física y evaluaciones técnicas”, era la justificación. Lo que visto desde otra perspectiva no tan sorprendente, en sus seis años como árbitro, expulsó a 153 futbolistas: casi a un jugador por encuentro.
El que internacionalmente debutaría en 1998 en un torneo sub 20, expulsó a 4 futbolistas de Brasil, algo que naturalmente generó un escándalo con la Confederación Brasileña: Madorrán no era bien visto y eso no era un secreto. Sumado a ello, fue captado por las cámaras de televisión mientras cantaba al ritmo de la hinchada de Boca antes de un partido contra Almagro en el 2001. Además de legitimar un gol en ‘off-side’ a Talleres de Córdoba, sanción que evitaría descenso del ‘Matador’ en el 2003. En resumen, una carrera cargada de polémicas.La Asociación de Fútbol Argentino (AFA) había tomado la decisión y Madorrán sería quien peor la pasaría.
La tragedia
“Yo tenía para doce años más en el máximo nivel. Estoy muy dolido: dediqué mi vida a esto y ahora me siento como Maradona. A mí también me cortaron las piernas”, alegaba cual Diego tras su sanción por dopaje. Lo cierto es que, como el ‘10’, no volvería a ser el mismo y sus decisiones irían de mal en peor.
El 30 de julio del 2004, el que muchas veces se llevase a la boca un silbato para pitar una falta, esta vez lo hacía con una 9 milímetros; pasó de soplar el pito en el campo de juego a presionar el gatillo en las escalinatas del Parque Sarmiento frente al departamento donde vivía, en Córdoba. Fugaz y contundente como el remate del mejor delantero, Madorrán dejaba de existir.
A su despedida no hubo ni asomo de los representantes de la AFA ni de aquellos colegas que en su momento callaron ante la expulsión de su compañero que ahora no podría defenderse más. Aunque de los pocos que hablaron del tema, al menos públicamente, el juez de línea Claudio Rossi declaró: «Estoy muy triste, pero la noticia no me sorprendió. En el ambiente se decía que podía terminar así».
Para un hombre que quiso brillar en demasía, con una actitud que podría o no estar justificada en un deporte que fuera del espectáculo parece estar plagado de camaraderías, mafias o pactos secretos que no admite la indiscreción, al quitársele lo que más amaba, indirectamente se le condenó. En estas líneas, Fabián Madorrán vuelve a la vida para que su historia sea contada. Será recordado como todo un personaje que quería ser el actor principal en esa historia de película que fue su vida.