La prostitución francesa vivió una edad de oro durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados alemanes invasores aumentaron la demanda hasta puntos antes inimaginables. Sin embargo, luego de la ocupación, estas meretrices se convirtieron en blanco del odio de sus compatriotas.
Aunque Hitler consideraba que las prostitutas eran criminales que atentaban contra la raza aria, nunca les prohibió a sus soldados que buscaran su compañía, y eso fue exactamente lo que sucedió durante la Ocupación alemana de Francia.
En junio de 1940, cuando la ocupación estaba iniciando, Francia se encontraba en una gran crisis, y eran muchas las mujeres que habían perdido sus puestos de trabajo, incluyendo prostitutas. Este fue el ambiente con que se encontraron los soldados, algo que no esperaban, pues los burdeles franceses no estaban en lo más mínimo preparados para atender la gran demanda alemana.
Al poco tiempo, esta situación cambio, y llegaron a haber hasta 10.000 prostitutas en Francia, mucho más de las que había antes de la guerra. Pero no fue solo la alta demanda y el dinero nazi lo que convencieron a miles de francesas, sino la caballerosidad y protección que les ofrecían los soldados.
Fabienne Jamet, una ex madame de Paris cuenta en el libro The Erotic de Buisson, «Recuerdo a esos soldados de las SS, todos vestidos de negro, todos tan jóvenes y tan hermosos, dotados a menudo de extraordinaria inteligencia. Sabían hablar incluso francés e inglés», y añade, «Las noches de la ocupación fueron fantásticas. Los burdeles de Francia nunca estuvieron mejor cuidados».
Así, las prostitutas corrieron la voz y al poco tiempo miles de jóvenes francesas encontraron en esta labor un refugio para los horrores de la guerra.
Pero los soldados no habían logrado encantar al resto de la población, que sentía gran aversión hacia ellos y hacia sus “colaboracionistas”, es decir, franceses que los apoyaban en la invasión. Las prostitutas recibieron el nombre de “colaboracionistas horizontales”.
Este odio no tuvo que esperar mucho para salir a la luz, pues cuando la invasión terminó y los soldados nazis tuvieron que irse, las meretrices que los acompañaron se convirtieron en blanco del odio francés.
Como si una cacería de brujas se tratara, estas mujeres fueron perseguidas y golpeadas por muchedumbres alrededor de todo el país. A la mayoría se les rapo la cabeza por completo, como Femmes tondues (afeitadas), para luego ser paseadas por toda la ciudad en camiones abiertos. A otras, se les pintó con alquitrán esvásticas en la cara y las más desafortunadas fueron golpeadas por multitudes enfurecidas.
Cabe resaltar que muchas de estas mujeres fueron madres jóvenes cuyos maridos estaban en guerra o en campos de prisioneros alemanes, y que no tenían como sustentarse a ellas o a sus hijos. Su única esperanza fue aceptar relacionarse con los soldados.
Si bien las principales víctimas de esta cacería fueron prostitutas, este castigo también lo recibieron todas las mujeres acusadas de haber ayudado en cualquier forma a los nazis, desde solteronas que les alquilaron habitaciones hasta trabajadoras del hogar.
Luego del castigo, todas estas mujeres se convirtieron en parias sociales, especialmente aquellas que habían tenido el infortunio de resultar embarazadas, pues sus niños también recibieron el odio de sus compatriotas y fueron llamados los “cabezas de boche”, una expresión despectiva hacia los alemanes.
En Francia, nacieron aproximadamente 80.000 hijos de soldados nazis luego de la guerra y, en el año 2009, Alemania les concedió la nacionalidad.