La pandemia del covid 19 ha causado millones de muertos a nivel global, cobrando la vida de personalidades de diversos ámbitos. En el mundo cinematográfico las perdidas lamentables incluyen al célebre director surcoreano Kim Ki-Duk (김기덕), quien sufrió complicaciones cardiacas relacionadas al coronavirus cuando se hallaba en Letonia. Su deceso ocurrió el 11 de diciembre, solo 9 días antes de cumplir 60 años.
El director surcoreano será recordado por su cine crudo y misterioso, lleno de una vitalidad asombrosa, que le valió diversos galardones en festivales internacionales de cine como Cannes, Venecia y Berlín. Entre sus filmes más reconocidos se encuentran Pietá (2012, ganadora del León de Oro de Venecia); El arco (Hwal, 2005); La Isla (Seom, 2000); Primavera verano, otoño, invierno,… (Bom Yeoareum Gaeul Gyeoul Geurigo Bom, 2003); Hierro-3 (Bin-jip, 2004, León de Plata en Venecia); y Samaritana (Samaria, 2004, Oso de Plata en Berlín).
Kim fue parte de la Nueva ola cinematográfica coreana, junto a directores como Park Chan-Wook (Oldboy, 2003) y Bong Joon-Ho (Snowpiercer, 2013 y Parasite, 2019) llevaron el cine surcoreano a las pantallas internacionales durante las primeras décadas del siglo XXI. Párasitos, ganadora del Oscar 2019, es el punto cúspide de este movimiento coreano de narrativa fílmica moderna y experimental.
Tras recuperar la democracia en los 90s, la industria coreana vivió un verdadero milagro económico y social. La generación anterior tuvo que enfrentar guerras e incertidumbre, pero el despegue económico, una cierta tranquilidad dentro de la globalización y el apoyo gubernamental permitieron que esta generación lleve su industria del entretenimiento más allá de sus fronteras tanto en el cine, la música -el creciente movimiento kpop- y la televisión.
Hoy en día la cinematografía coreana se halla al nivel de las gigantescas referencias del cine hollywoodense e internacional, sus mejores exponentes han sabido conjugar las narrativas fílmicas modernas con su sensibilidad cultural particular y elementos experimentales en películas que resultan intimas y a la vez globales, historias que despiertan la sensibilidad humana y se convierten en verdaderas obras de arte. En este apartado de cine de autor encontramos el estilo de Ki-Duk.
Su lenguaje cinematográfico se caracterizaba por el encuentro entre la narrativa impactante y la lírica audiovisual, entre la crudeza exhibicionista y la parsimoniosa sutileza, entre la vida sencilla y la profundidad espiritual, entre lo sublime y lo mundano, lo bello y lo grotesco. Sus filmes son atrapantes, pero no siempre son fáciles de ver. El director declaró mostrar el caos de la vida en su país. La ironía de ser aclamado por sus compatriotas por sus galardones internacionales no escapaba de la observación de Kim, quien se preguntaba si sus films eran realmente vistos en su país.
Sus personajes se hallan fuera de la visión maniquea de la moral, sus acciones van más allá del bien y del mal, responden más bien a los más íntimos instintos de supervivencia y a las emociones primarias. Verlos genera la sensación de ver al ser humano batallando con su condicionamiento social. El silencio es una característica en varios de sus protagonistas (La Isla, Hierro-3), quienes transfiguran la ausencia de palabras en místicos momentos de contemplación pura, o en una dramática y descarnada incomunicación.
No tuvo una formación propiamente cinematográfica, era un aficionado a la pintura que estudió Bellas Artes en Paris, por eso Kim comentó que solo podía contar historias de la manera en que lo hacía en lugar de considerar la técnica fílmica. Sin embargo, sus imágenes poéticas llenas de simbolismo natural envuelven al espectador en sus varios escenarios, convirtiendo sus obras en experiencias fílmicas maravillosas.