Si bien el lenguaje se sustenta en la capacidad fisiológica y cognitiva que nos permite manifestar el sistema de signos lingüísticos pertenecientes a nuestra lengua, también representa una forma de actividad social. El conocimiento de los principios que regulan una lengua se adquiere en un medio social. Desde que nacemos, crecemos y nos desarrollamos en sociedad, de modo que interiorizamos inconscientemente la forma en que los miembros de nuestra comunidad utilizan la lengua.
Asimismo, una propiedad importante de los signos lingüísticos que conforman una lengua es la relación convencional entre significado y significante; debido a que no es posible inferir el contenido de una palabra con solamente escucharla. Es así que la conexión entre la representación sonora o visual que se asocia a una palabra y su representación mental está determinada por la comunidad lingüística que conformamos. Si es a través del lenguaje que una colectividad construye su interpretación del mundo, entonces las expresiones verbales revelan las propiedades sociales y culturales del entorno. Por eso, en la lengua se refleja las formas de vida, comportamientos, pensamientos, costumbres, arte, religiosidad, entre otros, los cuales constituyen la identidad cultural de un pueblo.
En relación con la idea anterior, para Halliday (1982, p. 41), la lengua es en sí un potencial de significado, lo que quiere decir que al usar la lengua expresamos significados. Es la realización lingüística del comportamiento potencial; o sea, poder hacer es, para el hablante u oyente, poder significar. Por eso, la significación social es lo que caracteriza a una lengua como constitutivo de la cultura.
En relación con lo anterior, la capacidad que nos permite dominar las reglas gramaticales de nuestra lengua se denomina competencia gramatical. Sin embargo, ser usuarios de una lengua no se reduce a la adquisición del conocimiento lingüístico, sino que es necesario conocer las pautas de comportamiento que determinan lo que es o no adecuado socialmente según las prácticas habituales de cada comunidad, lo que se denomina competencia comunicativa. Esta se refiere a que nosotros, como miembros de una comunidad con determinada cultura, advertimos cuándo hablar, sobre qué hablar, de qué forma hablar para mantener una comunicación eficaz.
Cuando nos encontramos en una conversación, pensamos en los distintos recursos del lenguaje que tenemos que utilizar para dirigirnos a determinado individuo en una situación concreta. Por ejemplo, sabemos que no podemos hablar con un niño de la misma forma en que lo haríamos frente a un adulto, así tampoco podemos expresarnos con un amigo como con un maestro de la universidad. Estas elecciones son fundamentales para comprender la manera en la que los usuarios adaptan su discurso de acuerdo a la función del lenguaje que pretenden expresar en determinado contexto.
Como planteó Halliday (1982, p. 42), «el lenguaje funciona en ‘contextos de situación’, y cualquier explicación del lenguaje que omita incluir la situación como ingrediente esencial posiblemente resulte artificial e inútil». En ese sentido, se comprende que el acto de hablar o escribir establece una relación necesaria y natural con la situación en la que se emite, ya que no podríamos referirnos al lenguaje si este se manifiesta en la nada, en el aislamiento.
De allí que, para la comprensión de los significados de las expresiones de cada persona o institución, se deba considerar al lenguaje como un evento comunicativo dentro de un contexto social en donde se sitúan las interacciones humanas. Si son las personas quienes deciden cómo expresar un mensaje para que el significado sea entendido, se tiene que explicar la manera en la que estos modelan el discurso para determinados fines sociales. Es por esto que el estudio de las manifestaciones de una lengua implica el estudio de las propiedades de los factores extralingüísticos que el participante considera relevantes. En esta perspectiva, una teoría apropiada de la lengua incluye una teoría de las estructuras verbales y de una teoría del contexto.
La singularidad de nuestros discursos, usos del lenguaje en las interacciones sociales, son explicados mediante procesos subjetivos sobre la situación social y comunicativa en la que nos encontramos. De manera que el contexto representa la interfaz cognitiva entre las nociones inseparables de lenguaje y sociedad, el medio por el cual el usuario comprende situaciones y eventos específicos para adaptarlos a su discurso.
Así, se admite que los textos, diálogos, discursos, entre otros, representan la unión de elementos cognitivos, sociales y lingüísticos. Por esto, las unidades de significado en los actos comunicativos son un objeto de estudio complejo, el cual precisa que el analista considere el contexto como inherente a las manifestaciones de la lengua.