El ámbito audiovisual suele tener una marcada diferenciación entre la representación de la realidad y la ficción. Cuando se ve un producto de esta naturaleza, con actores y un trabajo palpable, el pública toma por anticipado que es una creación novedosa y que así se debe interpretar. Sin embargo, con la incorporación de la animación como una creación netamente artificial, la dinámica del sector audiovisual toma otro rumbo.
La animación como tal no es un proceso contemporáneo, sino uno de los tantos que ha servido en diferentes espacios temporales para brindar una representación simbólica, directa y concisa de la actividad cotidiana de la sociedad. Lo distintivo en la actualidad es cómo este proceso se ha incorporado en el público mediante las producciones realizadas.
Desde inicios del siglo pasado, continuando por su maximización en los ’50s, los largometrajes de animación suscitaron un cambio paradigmático en el sector audiovisual con la repercusión que tuvieron entre todos los públicos, desde los menores hasta los mayores. Disney es en sí parte del nivel de representatividad que tienen estos días; a partir de ello, el proceso fue ampliándose a través de la televisión, la música y el arte en general.
A menudo, la percepción de la sociedad es un sentido infantil, dado que es este sector al que las productoras tienden a dirigir sus proyectos. No obstante, al ser la animación un proceso tan basto de posibilidades, esta no se delimita y, últimamente, capta el interés mediático. Ya sea en spots, videos musicales, cortometrajes y largometrajes, la animación proporciona un abanico de ideas que los realizadores suelen tomar de referencia.
De hecho, productoras como Pixar, Studio Ghibli y Aarmand Studios se mantienen en esa línea de contar historias que trasciendan la técnica y puedan ser consideradas al mismo nivel de importante que cualquier otro producto audiovisual.