A inicios del segundo mes de la cuarentena, una mujer alista una bolsa de víveres con arroz, azúcar, fideos, leche, menestras y 2 kilos de pollo fresco. Se pone la mascarilla y sale rauda de su casa. Camina dos cuadras. Se detiene en una vivienda precaria y llama por una ventana: ¡Humbelina! ¡Humeblina!, grita. Sale una anciana con el pelo canoso. La vecina la saluda: “¡Humbe, buenos días!, te traje esto para que cocines”. La anciana bajó su mirada y luego alzó sus manos agradeciéndole a Dios. Esa fue su primera reacción al ver la bolsa de víveres. “¿Qué estás cocinando para el almuerzo Humbe?”, le pregunta. La anciana tardó un rato como quien se enfrenta a algo impensado: “Estoy sancochando papitas para mis nietos” y bajó los ojos con vergüenza. La respuesta le hizo un nudo en la garganta a su vecina, quien trató de disimularlo. Todos conocemos el hambre. Estamos acostumbrados a sentir hambre tres veces al día y no hay nada más perenne en nuestras vidas que sentirlo y, al mismo tiempo, para la gran mayoría, nada más lejos que sufrir el hambre verdadera que te despierta de noche.
Humbelina Malca de 75 años, vive en la quinta zona de Collique (Comas) junto a su hermano Víctor de 70 años y sus dos nietos huérfanos. La anciana, no pasa del metro y medio de estatura, camina muy lento por una lesión en la rodilla que la hace cojear. Sus ojos caídos con cataratas evidencian cierta tristeza. Tiene dificultad para poder escuchar. Su cabellera blanca luce alborotada y está enfundada en varias chompas de lana que la hacen lucir un poco robusta. Sus manos están gastadas por cocinar muchos años con leña. Esta familia, vive en una vivienda precaria con una ventana oxidada sin lunas por donde se cuela el frío en invierno y el techo de calamina que, en verano, multiplica el calor. Las casas de la quinta zona de Collique que viven cerca a los cerros son modestas construcciones de madera y triplay. La mayoría, trabajadores del sector informal que viven al día, se han quedado sin fuentes de ingreso por la pandemia y con menos recursos para evitar el contagio de la COVID‑19
Humbelina es la única madre para sus nietos. Debido a su avanzada edad, solo se dedicó a criarlos, mientras que su hermano Víctor trabajaba en su pequeño taller de costura, su único sustento económico. Sin embargo, los ingresos cayeron durante la cuarentena. Además, no contaban con ahorros tampoco fueron beneficiados con los subsidios del gobierno. De manera que, el segundo mes de la cuarentena comenzaron a pasar hambre. Para ahorrar el poco dinero con el que contaban fueron prescindiendo de carnes en su menú diario y suprimir la cena. Cuando el hambre los golpeó más, esperaban la caridad de algún familiar y una vecina que aún podían permitirse compartir algo de dinero o alimentos: “solo quienes se acuerdan nos alcanzan alguna cosita”, dice Humbelina con la voz quebrada. Se tapa el rostro con su mano, intentando contener sus lágrimas. Llora. Ella recuerda que durante las primeras semanas del encierro estaban a la expectativa de que algún trabajo le cayera a Víctor o que algún familiar viniera a dejarles algo.
Semanas después de iniciada la cuarentena, el gobierno tomó medidas extraordinarias para garantizar el suministro de alimentos a través de los municipios y el reparto de los bonos destinados a las familias más vulnerables. Sin embargo, no tardaron en aparecer irregularidades en la adquisición y entrega de canastas de alimentos. Asimismo, el pago del bono universal también presentó problemas debido a fallas técnicas en la plataforma y la desactualización de padrones, por consiguiente, impidió que muchas familias no fueran incluidas, generando un grave perjuicio para los más necesitados.
A mediados de junio (cuarto mes de la cuarentena) Humbelina y su hermano Víctor se sintieron cada vez más preocupados por la falta de dinero, pues de ellos dependía la alimentación de sus nietos. De modo que, algunas semanas comieron papas y un poco de arroz; otros días, sopa con verduras que Víctor compraba en el mercado a precio bajo. Por ello, algunas noches su nieto se quejaba porque no había cena y ella lloraba amargamente a escondidas. Una madrugada, su nieto menor se despertó y se fue a la cocina a buscar algo de comer. No encontró nada. La anciana al escuchar el ruido se acercó, entonces su nieto le dijo: “tengo hambre abuela”. Esto le oprimió el corazón. Es así como, durante estos primeros de cuarentena, esta humilde familia pudo soportar el hambre con lo poco que podían ganar del taller, las esporádicas bolsas de víveres que le regalaban sus familiares o vecinos. Ella y su hermano Víctor estaban angustiados, se preguntaban frecuentemente: “¿Qué vamos a comer mañana?” “¿qué van a comer nuestros nietos si no hay trabajo ni dinero?”.
¿Se imagina una vida colmada de días sin saber si usted y su familia podrán comer mañana? ¿en solo pensar qué hacer para poder aliviarla?
Una mañana, Víctor fue al mercado a hacer unas compras con unos cuantos soles que había ganado por un trabajo de costura. Al día siguiente, él comenzó a sentirse mal, no tenía hambre y se acostó en su cama; su hermana creyó que se trataba de un achaque propio de la edad. Al segundo día en la madrugada, Humbelina encontró a su hermano sentado en su cama con serias dificultades para poder respirar. Él le dijo que no podía dormir y que le faltaba aire. Lo vio agitarse mucho. Ella lloró al verlo muy mal y no supo qué hacer: “Solo me arrodillé y le pedí a Dios que lo salve”. Horas después, a las 6 a. m. Víctor Malca de 70 años falleció en su vivienda al lado de su hermana. Aunque nunca se confirmó si tuvo la COVID‑19, Víctor perteneció a la población de riesgo, propio de la edad y que, sumado a una mala alimentación terminaron por dejarlo indefenso y sin armas para resistir al virus.
¿Se puede combatir alguna enfermedad desde el hambre y otras afecciones? hay muchas personas que no ha tenido una alimentación adecuada y que la crisis empeoró su situación, por lo cual, su estado actual de salud es deficiente y los pone en riesgo frente al virus. Ahora bien, contar con una alimentación saludable e higiene es importante durante la pandemia de la COVID-19, así lo recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), debido a que las deficiencias nutricionales son la causa de un sistema inmune débil, lo que aumenta el riesgo de contraer enfermedades o no poder superarlas.
Aquella mañana del 1 agosto, el hijo de Víctor a quien casi nunca veía, se apareció en la vivienda y llevó el cuerpo de su padre para enterrarlo en el cementerio de Comas. Pocos días después Humbelina y sus nietos se hicieron la prueba para confirmar si tenían el virus y el resultado de sus pruebas dieron positivo. Unos familiares se hicieron cargo de los gastos de sus medicinas y ella dice sentir más dolor por la pérdida de su hermano: “Me han pedido que me saque placas, pero no tengo dinero, ahora solo tengo mucha pena por mi hermano”, afirma.
Vivir al día
A juicio del escritor Martín Caparrós, autor de El hambre, es “lo más primario que puede decir una persona, tengo hambre, necesito comida. Y lo hacen porque necesitan algún tipo de ayuda, no como discurso político, para ver si algún vecino puede darle algo o alguna entidad”.
El escritor recuerda que la mitad de la población en América Latina viven de empleos informales que ganan de lo que pueden sacar al día, que cuando no están, no están. Así pues, en el Perú el 71,1 % de trabajadores son informales. Por ende, la crisis está teniendo efectos brutales por el creciente aumento de la pobreza y el hambre, principalmente en los hogares que dependen del trabajo informal. Pero las cifras son más reveladoras: lavarse constantemente las manos con agua y jabón, evitar el contacto físico, hacer cuarentena resulta difícil para más de 7 millones de peruanos sin agua potable. La carencia de ese recurso básico en este contexto de pandemia resulta letal. Asimismo, el 2019 el INEI reveló que el 20.2% de la población en el país estuvo en condición de pobreza monetaria. Sin embargo, de acuerdo con el estudio “COVID-19, pobreza monetaria y desigualdad” para el 2020 la pobreza subiría a casi el 30% a consecuencia de la pandemia. Un incremento de más de 3 millones de personas que se volverían pobres.
Humbelina, nos habla desde una ventana oxidada de su vivienda. Su perro no deja de ladrar. Detrás de ella hay un pequeño estante con unas cuantas gaseosas y una plancha de papel higiénico: “el día que murió mi hermano, un sobrino me dio una propina y con eso me compré tres cajitas de gaseosa, con eso estoy”. El taller de su hermano funcionó justo ahí donde ahora se ubica el estante de gaseosas. En un rincón, yace la máquina de coser de su hermano fallecido. Por un momento, su mirada se congela en la máquina vieja de coser, símbolo de su único sustento durante muchos años.
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