Todos nos hemos visto afectados, de alguna u otra manera, por el impacto de la pandemia producida por el COVID19. Muchas cosas han cambiado, como las clases presenciales en colegios y universidades, las citas con médicos, sobre todo con psicólogos y psiquiatras; el cambio del régimen laboral marcado por el teletrabajo y, quizá, una de las cosas más importantes que nos ha quitado esta pandemia, es el poder juntarnos y relacionarnos cercanamente con nuestros amigos y familiares.
De la mano de lo mencionado, podemos ver que, en sí, la comunicación ha sufrido un gran cambio. Hemos pasado de la comunicación cotidiana de tú a tú entre amigos, compañeros de trabajo y familia, a comunicarnos, básicamente, a través de las TICs, dejando de lado el contacto directo por uno, que podría denominarse, virtual.
Los beneficios son varios, claro que sí; hemos visto cómo se puede ahorrar muchísimo tiempo en el transporte, en vestirnos para ir a trabajar e ir a estudiar, en hacer el almuerzo, etc. Nos sentimos más cómodos en casa, con nuestra familia (en la mayoría de casas), usando ropa cómoda, estando conectados y pudiendo comunicarnos en todo momento a través de las TICs. Sin embargo, esto último puede resultar un gran punto en contra, teniendo en cuenta que en nuestro país existe una importante población que no cuenta con conexión a internet, equipos de comunicación e incluso, luz. De manera que podemos hablar de una brecha que se hace aún más grande con la población menos favorecida.
También nos topamos con lo difícil que es tratar de comunicarnos con nuestros familiares, un audio, un video o una foto, no reemplaza una conversación cara a cara y mucho menos reemplaza un abrazo. Las instituciones educativas también se encuentran con una nueva normalidad comunicativa, donde los alumnos se sientan a escuchar clases por algunas horas, dejando de lado, quizá, la mejor parte del colegio, que es juntarse y compartir con los compañeros. Del mismo modo, otra dificultad de esta nueva comunicación, es la el acceso a las TICs, tal y como ya se mencionó líneas arriba, pero más exactamente en problemas de conexión, caídas de red, equipos que no soportan adecuadamente aplicaciones y programas como Zoom o Meet, dejando en evidencia que para poder ser parte de esta nueva forma de comunicarnos, es necesario invertir en equipos y servicio de internet.
Por otro lado, nos encontramos con una “sobrecomunicación”, donde, sobre todo en régimenes laborales, el trabajador se encuentra todo el tiempo a disposición del empleador, muchas veces fuera de los días y horarios de trabajo, dejando al trabajador, como un esclavo virtual de las empresas y organizaciones.
¿Hasta cuándo durará esta nueva normalidad de la comunicación? Difícil saberlo, probablemente cuando las vacunas ya hayan sido probadas y distribuidas, y la población se haya inmunizado frente al virus, podremos volver a donde estábamos. Quizá no, quizá después del virus sea difícil volver a lo que estábamos acostumbrados, quizá estas nuevas formas de contacto y comunicación sean más provechosas. Lo que sí sabemos es que, y como siempre ha sido, el ser humano se adaptará a lo único que es constante en esta vida: el cambio.