Hace unas semanas la congresista Martha Chávez expresó el siguiente mensaje en referencia a las recientes marchas: “Y hasta que los vándalos y extremistas, sin duda vinculados a Sendero o al MRTA, que ven en las manifestaciones el escenario ideal para su criminalidad, lograron lo que desde el inicio querían: muertes!!! La excusa para su agenda paralela, de caos y ataque a las Fuerzas del Orden”. En los siguientes días también vimos cómo surgieron una enorme cantidad de mensajes en contra de la congresista Rocío Silva-Santisteban por su ideología de carácter marxista. Otra vez Martha Chávez publicó en su Twitter: “Tiempos de oscuridad y vergüenza en el Congreso de la República. Políticos sin escrúpulos y sin coraje para defender a nuestra Patria, están entregando el Perú a las garras del comunismo internacional, de la corrupción institucionalizada y de la cultura de la muerte”.
Mensajes como estos no son nada nuevos en nuestra sociedad. Podemos hallar sus orígenes en los años 90’s en la época del terrorismo, donde cualquiera que tuviera un pensamiento (aunque sea ligeramente) de izquierda era llamado terrorista o “terruco”. Lo que me llama la atención es el cómo usan el lenguaje para manipular la opinión popular. Todos tenemos conocidos que todavía creen que los de pensamiento de izquierda son unos terroristas o que quieren destruir la familia tradicional y volver homosexuales a sus hijos; también tenemos conocidos que critican al estado y al mismo sistema económico aún sin tener un entendimiento de cómo funciona este y si estas en contra de su pensamiento te tildan de fascista o capitalista (lo cual no tiene sentido).
Y es que al parecer hoy, en un mundo donde las cosas no pueden ser más públicas que antes, importa más disfrazar de monstruo a aquel que tenga un pensamiento distinto, no importa que uno tenga una posición definida en cómo deberían llevarse las políticas económicas de las sociales, al final uno termina siendo definido como de izquierda o derecha y muchas veces uno se adelanta y deja en claro su posición. Ahora bien, existen muchas variaciones dentro de estos dos grupos e incluso en los últimos años ha surgido una tercera opción, la vía del centro que intenta reunir lo mejor de ambos mundos peores que aun así es criticada de ser una posición más bien tímida o “tibia”.
Finalmente, solo queda reflexionar sobre si realmente es importante juzgar a las personas y sus acciones por la etiqueta que se le puede poner a estos y dejar de hacer caso a aquellas personas que intentan demonizar a cierto grupo. Debemos mirar más allá, dejar de definir a las personas y nuestros políticos por si son o de izquierda o derecha, si es terrorista o feminista. Más vale analizar qué cómo pueden afectarnos las decisiones que toman y exigir lo mejor para nuestra sociedad.