En 1968, un ingeniero de Bolonia llamado Giorgio Rosa cumplió su sueño de libertad en la riviera adriática fundando una micronación de 20×20 metros. Esta tenía por nombre la Isla de las Rosas, cuya idea de gestación tocó tierra cuando Rosa y su esposa, Gabriella Chierici, fundaron la “Sociedad experimental para la inyección de cemento” en 1960. A partir de ella, se manejarían las autorizaciones y detalles logísticos para construir una isla artificial de hormigón y acero que desafiaría la concepción del derecho internacional sobre qué es un estado-nación.
Según narra el libro Qué país: un libro de micronaciones de Montanari y Godinez, el lugar se fijó desde la vista que proveía un rascacielos en Rimini, ciudad italiana localizada frente a la plataforma. Convenientemente, dicho punto se encontraba a unos 500 metros fuera de las aguas territoriales italianas; por lo tanto, estaba exenta de exigencias tributarias para la venta de petróleo y el consumo de todos los recursos que disponía la mar, situación que llegó a oídos de los comerciantes en Rimini, los partidos conservadores, el gobierno italiano, la ONU y los neofascistas del partido Movimiento Social Italiano. En conclusión, se generó un escándalo que se refleja en el titular “Italia en guerra por un topless».
De esta forma, en medio del ímpetu de libertad de mayo del 68, nace una revelación para el resto del mundo: tal vez cualquiera podría fundar su propio país y vivir bajo sus propias normas. Por este motivo, Giorgio Rosa es bautizado como “príncipe de la anarquía” por la comunidad internacional y el espíritu utópico de la época lo respaldaba. No obstante, detrás de esta afirmación yace el debate sobre la diferencia jurídica entre una isla artificial y una natural.
Según un informe del Subcomité número II de la Sociedad de Naciones presentado en la Conferencia de Codificación en la Haya de 1930, las islas edificadas por el hombre o islas artificiales no pueden constituir un estado dado que no tienen potestad sobre el territorio que cubren; caso contrario, los faros podrían ser estados. Asimismo, acorde al artículo 60.8 de la CONVEMAR, la Isla de las Rosas no sería una barrera para delimitaciones del mar territorial, la zona económica exclusiva o la plataforma continental; dado que esta derogó la capacidad de las islas artificiales para generar zonas marítimas.
Otro punto fundamental para entender la condición fallida de este supuesto estado es que carecía de nación. Si bien estaban unidos por el idioma oficial esperanto, es razonable plantear la pregunta de qué pasaría si la Isla de las Rosas se hubiera implicado en una guerra o conflicto. En base a ello, la defensa de dicho estado probablemente se hallaría nula cuando los ciudadanos no tenían deberes y derechos sobre el espacio que habitaban a excepción de la libertad.
Por este motivo, el sueño de libertad absoluta materializado en la Isla de las Rosas terminó con una tormenta, dado que los 1080 kilos de dinamita puestos por la Marina italiana fueron incapaces de despedazar por completo el gran y único instante que representó este coloso de acero.