A nivel global, vivimos con muchísima menos pobreza que antes. En 1990, había 1.895 millones de personas en extrema pobreza. Un cuarto de siglo después, en 2015, su número cayó a 1.159. La esperanza de vida, el acceso a la salud y las telecomunicaciones son rubros en que hay mejoras. Pero andamos mal en otros aspectos: el número de refugiados, la contaminación, el calentamiento global.
Cuando se habla de un “progreso” respecto a la raza humana en el mundo, mayormente son utilizados indicadores como la esperanza de vida y el acceso a la educación para esgrimir argumentos a favor de una visión esperanzadora de la realidad, lo cual me —atrevo a decir— no es muy distinto a la fe ciega religiosa, con el respeto, por supuesto, que merecen dichas creencias.
La esperanza de vida media en el mundo fue de 72 años en 2017, apoyándome en los datos extraídos de Banco Mundial, lo cual es significativamente mayor respecto a los 52 años de 1960, sin embargo, nos centraremos, a partir de este punto, en una reflexión sobre lo que la humanidad está haciendo con el tiempo extra de vida ganado gracias a la ciencia.
Según el Banco Mundial (2015), existen alrededor de 600 millones de ninis (ni estudian ni trabajan) en el mundo, es decir, se encuentran desempleados y fuera del campo académico: pareciese que mientras más facilita para nosotros, la tecnología, las condiciones de vida en el planeta, más nos olvidamos del trabajo duro y el sacrificio que debimos hacer para llegar hasta este punto, en otras palabras, nos hemos acostumbrado demasiado a la comodidad del mundo posmoderno. Cabe precisar, sí existe comodidad y buenas condiciones de vida, así como vecinos agradables y jardines verdes, pero no para todos lamentablemente.
Mientras en Europa y EE. UU. se respira un aire modernidad, gran parte de Latinoamérica sigue enfrascada en su lucha contra la bancarrota moral que la asola hace ya un tiempo, ocasionando un mar de violencia, corrupción, etc.
La falta de una educación sólida en valores solo ha logrado que lleguemos al punto de canibalizarnos entre nosotros, ese es, precisamente, mi siguiente punto a tratar: no sirve de nada un mayor acceso a la educación si los contenidos impartidos carecen de significancia y/o valor. En Perú, hace relativamente poco, la educación primaria y secundaria son gratuitas y obligatorias, no obstante, la calidad de las mismas no son lo suficientemente buenas, por sí solas, como para servir de algo.
¿Puede hablarse de libertad en un contexto así? Bajo mi punto de vista, la respuesta es una negación rotunda: aquel con una formación tan pobre vivirá siempre encadenado a la opinión ajena, no porque así lo deseé, más bien por el hecho de que nunca se le instruyó para aquello. Fuera del ámbito escolar, la familia también es un agente educativo importante, incluso más que las instituciones educativas, pero es mucho más fácil —al menos en el contexto peruano— encontrar un buen colegio que una buena familia.
No niego la existencia de buenas personas, en general, con una férrea voluntad de encaminar el curso de la humanidad hacia un rumbo correcto, pero me temo que la luz de aquellos siempre se verá ahogada por la inmensa y cruda realidad.