Mesa Redonda es una zona muy comercial del Cercado de Lima. Poco antes del fin del 2001, la tragedia se apoderó de sus calles. El desorden de la informalidad junto con la explosión de pirotécnicos siempre serán una mala combinación. Es algo que los sobrevivientes del incendio nunca olvidarán.
Según se sabe, Mesa Redonda siempre fue una zona propensa a los siniestros, ninguno de gran intensidad hasta aquella fecha, 29 de diciembre del 2001. Todo estaba preparado para una desgracia de grandes proporciones: mucha gente, calles estrechas, poca seguridad, antecedentes y sobretodo la pólvora de los fuegos artificiales. Solo faltaba el detonante.
Hacía cuatro días había sido Navidad. Los limeños se habían juntado en familia a gozar de una deliciosa comida navideña. Muchos habían hecho uso inmediato de las gratificaciones que sus empresas les entregaban por fiestas de fin de año. Y aun faltaban las celebraciones por año nuevo donde se esperaba el clásico espectáculo de las 0:00 horas del 1 de enero del 2002, con todo tipo de fuegos artificiales que salen disparados por los aires y que iluminan la ciudad dejando un olor a pólvora común también el 25 de diciembre.
Quien conoce el Centro de Lima sabe que a escasos metros de Palacio de Gobierno o el Congreso de la República se puede encontrar todo tipo de productos a precios baratos. Lo común es darse una vuelta por el Mercado Central o incluso meterse más adentro de los Barrios Altos, en las cada vez más estrechas calles repletas de gente, zona conocida como Mesa Redonda, ubicada entre los jirones Puno, Andahuaylas y Cusco. En este aspecto, Cercado de Lima es como una feria pues, aparte de las galerías que existen, está llena de comerciantes que te ofrecen sus productos en la misma calle, los ambulantes. Además, es complicado quedarse quieto en este lugar, pues siempre, y más en época de fiestas, las personas que vienen a comprar, los comerciantes, los estibadores e, incluso, uno que otro “amigo de lo ajeno” te empujan obligándote a moverte constantemente.
Los juegos pirotécnicos, uno de los principales atractivos de las fiestas de fin de año para muchas familias limeñas, se venden en gran cantidad como pan caliente en distintos lugares de la capital peruana. Y Mesa Redonda no iba a ser la excepción. En este lugar lleno de comerciantes oportunistas con poco o nulo control de parte de las autoridades para el año 2001, se concentró una cantidad estimada de 900 toneladas de juegos pirotécnicos importados de China.
El señor Percy García, que por aquel entonces ya había superado la barrera de los 50 años, se desempeñaba como comerciante ambulante de vidrios en la zona de Mesa Redonda entre el jirón Cusco y Andahuaylas. Entre las 6 y 7 de la noche dejó su mercadería encargada a un amigo y salió a adquirir más al jirón Junín ubicado a cuatro cuadras de aquel lugar.
A escasos metros, dentro del sótano de la galería Mina de Oro, se encontraba Marisol Quispe quien tenía unos 23 años y trabajaba para su hermana, con tres meses de embarazo en ese entonces, vendiendo pirotécnicos por esas fechas de fin de año.
LA GENTE CORRÍA DESPAVORIDA
El día debió ser relativamente tranquilo porque incluso Marisol Quispe sentía que quería quedarse dormida. Sin embargo aproximadamente a las 7 de la noche, en la cuadra 8 del Jirón Andahuaylas, uno de los ambulantes que vendía pirotécnicos -según testigos- prendió un fuego artificial en plena calle, probablemente como una demostración para ganar compradores, pero tuvo la mala fortuna de que parte de aquel fuego artificial chocara con la mercadería de otro vendedor, de manera que ante la gran cantidad de pólvora y plásticos (material inflamable) que se encontraban alrededor, el fuego se expandió en un efecto de cadena muy rápidamente hacia los lugares más cercanos.
Los distintos fuegos artificiales: cohetecillos, cohetones y los arrancadores produjeron una especie de “infierno mortal” que brillaba sobre el cielo de las calles del Cercado de Lima, mientras se escuchaban las fuertes explosiones consecutivas de los pirotécnicos a distancias considerables, por ejemplo, en la Plaza San Martín que estaba como a diez cuadras. En este lugar se encontraba una estación de bomberos que se dirigió inmediatamente hacía el lugar del incendio.
El sonido de los cohetones estallando uno tras otro sin cesar permite imaginar el sufrimiento que tuvieron que pasar las personas más cercanas al origen del fuego. En un instante, muchos peatones pasaron de creer que había un pequeño espectáculo de fuegos artificiales a correr lo más rápido posible para salvar sus vidas y las de sus familiares más cercanos.
Los arrancadores volaron por los cielos de Mesa Redonda e impactaron con otras galerías, casas y personas alejadas del fuego incendiándolas. En aquel momento, Percy García regresaba de comprar vidrios del Jr. Junín y vio que “la gente salía corriendo despavorida”. Pensando en la mercadería que había dejado encargada a un amigo, Percy se dispuso a avanzar hacia la zona del incendio pero, como se dirigía contra la corriente de personas, no podía entrar porque chocaba constantemente con ellas.
Mientras tanto, la vendedora Marisol Quispe se dio cuenta del incendio cuando vio gente corriendo y gritando. La galería Mina de Oro fue alcanzada por el fuego en unos instantes, la parte delantera se empezó a quemar, por lo que la gente salía por la espalda del edificio. Pero la situación de los comerciantes consistía en salvar la mercadería ya que el fuego estaba penetrando los interiores del lugar. Marisol y su hermana, junto a otros dos chicos, comenzaron a apagar lo que caía de la candela. En su intento por apaciguar el fuego la hermana de Marisol se quemó los pies.
Como el incendio ya había llegado a los exteriores se hacía imposible salir de la galería sin ser afectado y, además, ante el riesgo de que el fuego ingrese a la parte interior y genere una explosión del material inflamable, se prefirió cerrar las puertas del Mina de Oro. Marisol Quispe, quién se encontraba nerviosa, agitaba sus manos temblorosamente en señal de querer escapar de aquella galería, pero esto ya era imposible. Las rejas cerradas y el fuego en las afueras del recinto eran los impedimentos.
SALTABAN SOBRE LOS CARROS
A las afueras de las galerías, por el Jr. Cusco y Jr. Andahuaylas, la gente que intentaba escapar por sus vidas tenía que evitar resbalar y caer ante aquella estampida de personas. Para colmo de males, las estrechas pistas de Mesa Redonda siempre estaban ocupadas por taxis que estaban estacionados hasta encontrar clientes a quienes transportar con sus compras. Mucha gente se encontró en un callejón sin salida, fueron empujados y atrapados por el fuego que se expandía muy rápidamente hacia cuatro cuadras. Otras personas, como recurso de desesperación, intentaron saltar por encima de la pila de autos y lograron salvarse de la muerte.
Muchos de los comerciantes de aquel lugar, en el intento de salvar su mercadería del incendio, se encerraron en sus puestos con la esperanza de que no se quemaran sus productos. Sin embargo, el hermano de Marisol, quién trabajaba frente a la galería Mina de Oro, se vio obligado a abandonar su puesto porque los nervios hacían que no tuviera fuerzas para salvar sus productos. Al momento de caminar para escapar vio gente que gateaba y se quemaba viva; pero por la distracción y los nervios, el hermano de Marisol cayó al piso entre los carros y el tumulto de gente. Todo parecía perdido. Entonces comenzó a rezar y pedir por sus hijos pequeños.
A pesar de que el hermano de Marisol se encontraba en una situación difícil, algo logró darle energías y tomar un impulso que lo llevó a sobrevivir. “Se le apareció una luz blanca, se paró y caminó”, cuenta Marisol algo incrédula. Su hermano llegó hasta el Jr. Paruro en donde ya no había peligro.
La suegra del hermano, también comerciante de una galería de Mesa Redonda, al momento del incendio, se encerró en su tienda junto a otras personas para salvar su vida. Sin embargo, el humo del fuego que comenzaba a penetrar el lugar iba a asfixiarlos, por lo que un señor tuvo una idea un tanto extraña pero efectiva: pidió a los hombres que orinen. Así fue como el humo no los ahogó y ellos se salvaron.
En exteriores, la pila de taxis estacionados en el Jr. Cusco explotaron en cuanto el fuego les llegó, algunos de estos vehículos se quemaron con sus conductores adentro. Además también fallecieron algunos ambulantes que tenían a sus hijos en cajas donde dormían.
Marisol Quispe, desde la galería Mina de Oro, vio a gente quemándose, sin embargo, sabía que era imposible ayudarlos porque ni siquiera ella podía salir del lugar donde se encontraba. Marisol bajó de nuevo hacía el sótano para ya no ver aquellas escenas tan espantosas, pero en su mente su preocupación pasaba por la seguridad de su hijo y su madre. La madre de Marisol, quién solo poseía un brazo, llegaba a veces hasta Mesa Redonda para vender como ambulante y además cuidaba a su nieto de 5 años. Las probabilidades de ambos de salvarse de aquel incendio eran muy pocas.
“Me desesperé por mi hijo, por mi mamá. Pero sabía que mi prima había venido de Arequipa y se lo llevó (a su hijo). Ojalá que no hayan venido, ojalá. Porque uno nunca sabe”, cuenta Marisol.
EL TRANSFORMADOR DE ALTA TENSIÓN
En las calles el incendio necesitó tan solo de 3 a 5 minutos en propagarse por cuatro manzanas a la redonda. La temperatura máxima que tuvo fue de 1200 grados centígrados. Según la versión de algunos testigos se podía observar a multitud de gente escapando de una gran bola de fuego como sea: llorando, tosiendo, gritando y esquivando entre los obstáculos, personas muertas. El olor era a pólvora y carne quemada. Todo un alboroto a puertas de un infierno.
Entre la galería Cuzco y Mina de Oro había un transformador de alta tensión de responsabilidad de Edelnor. Aquel transformador había provocado riñas entre ambulantes y la empresa eléctrica, pues los primeros pedían que se retirara aquel objeto ante el peligro que podía causar en Mesa Redonda. Pero Edelnor no quiso retirar este transformador que explotaría aquella noche del incendio. Algunas personas estiman que esta fue la causa de la muerte de mucha gente, pues los fuegos artificiales generaron boquetes en los cables gruesos que conectaban con el transformador -lo cual dejaba expuesta la electricidad- y como en ese momento los comerciantes decidieron usar agua para apagar el fuego de sus tiendas, se formó un charco que electrocutaba a quien lo pisara. Las personas que se electrocutaron cayeron y quedaron a merced del fuego. Cuando el incendio pasó por aquel lugar -exteriores de la Galería Cuzco- fueron quemados. “Masas de seres humanos como si fueran plástico derretido”, cuenta Percy García.
Tras investigar los restos de los cables de alta tensión, las autoridades concluyeron que estos no explotaron porque son más resistentes que la piel humana.
LOS BOMBEROS TARDARON EN LLEGAR
En medio de todo el alboroto se cortó el fluido eléctrico en los alrededores de Mesa Redonda. Entonces, la gente corría -entre la oscuridad- de la bola de fuego de 800 grados centígrados que se asomaba entre Jr. Cuzco y Jr. Andahuaylas. Resignado a perder su mercadería de vidrios antes que su vida, Percy García se alejó del lugar del incendio.
Los bomberos tardaron aproximadamente 10 minutos en llegar al lugar del siniestro a pesar de la cercanía de algunas estaciones. La demora se debió al tráfico de Lima y la excesiva cantidad de gente cerca al lugar del incendio. Percy García sintió indignación por la demora de los bomberos: “De acá a tres cuadras (cerca al Congreso) tenemos dos compañías de bomberos, en la Plaza San Martín otras dos, pero la primera motobomba que llega –a las 7:30 de la noche- es de Magdalena”. Además, los dos primeros cisternas con agua llegaron desde el Callao y después vinieron los de las compañías Roma, Cosmopolita (cerca al Congreso) y Francia (cerca a la Plaza San Martín). Sedapal también mandó camiones cisternas con agua.
Cuando los bomberos se dispusieron a apagar el fuego se dieron cuenta que necesitaban más ayuda por lo que se debió traer más equipamiento. Las mangueras que se conectaban a los grifos de agua no excedían los 10 metros de longitud, razón por la cual no se podía apagar el incendio rápidamente. Además, mucha gente quería usar el agua de las mangueras para salvar sus negocios.
Marisol Quispe en aquel momento se encontraba encerrada junto con su hermana y otros comerciantes en la Galería Mina de Oro. Los nervios hacían que todos se quedaran sin palabras. Muda, Marisol no podía gritar, solo esperar. Aproximadamente a las 8 pm, una hora después del comienzo del incendio, ellos pudieron salir de la galería gracias a la ayuda de su hermano, ahí fue cuando Marisol recobró sus energías: “Afuera comencé a gritar y llorar porque los nervios no te dejan hacer nada. Te quedas muda”.
LO QUE DEJÓ EL INCENDIO
Marisol, tras salvarse de morir, se quedó un rato observando la labor de las autoridades en la zona del siniestro desde Jr. Paruro. Tal vez se quedó pensando que hubo mucha gente que no pudo sobrevivir pero ella se salvó de aquel trágico final. El incendio fue extinguido tras 5 horas de arduo trabajo. La mamá de Marisol -por suerte- no había acudido con su nieto a trabajar a Mesa Redonda, sin embargo, tras enterarse del incendio por televisión se preocupó mucho por sus hijos. Cuando Marisol Quispe llegó a su casa, su mamá sintió un alivio tremendo. Marisol, sentía tanto miedo por lo que había vivido que al llegar a casa se metió a su cuarto y se fue directamente a dormir, como si tratar de conciliar el sueño le haría olvidar aquella noche de terror.
El lugar donde Marisol trabajaba para su hermana fue afectado por el incendio y sus pérdidas ascendieron a 50 mil soles. Sin embargo, la hermana de Marisol había asegurado su local y se le devolvió tal cantidad de dinero.
Otras personas no tuvieron tanta suerte como la familia de Marisol Quispe pues perdieron familiares, amigos y su dinero. Percy García perdió muchas amistades en el incendio, entre ellas, una niña -hija de una señora que trabajaba por el lugar- que siempre se acercaba a jugar con él.
El incendio de Mesa Redonda dejó un saldo –según cifras oficiales- de 280 muertos, 180 desaparecidos y 187 heridos quemados. Los daños materiales fueron: 15 locales comerciales destruidos, 1 vivienda destruida y 15 autos quemados. Sin embargo, alguna gente estima que las cifras oficiales no representan la cantidad total de perjudicados. Respecto a las personas desaparecidas, algunos sugieren que muchos de ellos fueron carbonizados a tal punto que se les barrió con las cenizas e incluso fueron arrojados a los desagües.
“No quisiera que vuelva a suceder eso. La Municipalidad debe tomar medidas drásticas. Acá las calles son angostas” dice Percy García, quién para concluir menciona que esta tragedia nunca se le va a olvidar: “Que me ha quedado. Pues sí, me ha quedado”.
Foto Principal: El Comercio
Por Diego Alzamora (diego.alzamora.edu.pe)