Parece increíble pensar en un país de América latina tan avanzado como Uruguay en el que apenas conviven tres millones de personas, cifra pequeña comparada con los demás países de la región: Argentina, 44.4 millones; Brasil, 209.5 millones; Perú, 31.9 millones o Paraguay, 6.9 millones. Y si se trata de extensión, Inglaterra mide menos que Uruguay, sin embargo alberga a 55.9 millones de habitantes. Lo que resulta aún más increíble de creer es que los uruguayos llevan oscilando esa cifra por más de 30 años y todo intento de su gobierno por cambiarlo ha sido inútil.
Cuando se fundó la República Oriental de Uruguay el 25 de agosto de 1825, este tuvo por objetivo servir como frontera o estado tapón entre Argentina y Brasil para que no se disputaran el control del Puerto de Montevideo; en eso entonces el país contaba con más vacas que personas, dicha relación se mantiene hasta la fecha en el que se calculan 3.5 vacas por persona.
Sin embargo, los habitantes supieron sacarle provecho a sus recursos, convirtiendo a la ganadería ovina extensiva en su principal actividad económica. Ello también contribuyo a mantener su número reducido de personas, puesto que no se necesitan de mucha mano de obra para controlar el ganado.
El escaso crecimiento poblacional del país se atribuye a tres factores: la baja natalidad, que es de 1,98 hijos por mujer y constituye uno de los más bajos de la región, este factor en unión con la baja mortalidad contribuyen a la estabilidad demográfica. Otro factor es la alta esperanza de vida, que actualmente es de 77,6 años y el efecto prolongado de emigración, sobre todo de la población joven, esto implica una alta fuga de capital e inversión.
Otras consecuencias o implicancias de la estabilidad numérica en la población uruguaya, principalmente envejecida, son: disminución de la calidad de vida de las poblaciones futuras; esto se debe a que la población ya envejecida o inactiva emplea más recursos de los que produce, dejando así menos posibilidades a las generaciones jóvenes de alcanzar la misma productividad; efectos negativos en el mercado, tanto en el consumo como en la oferta; la falta de emprendedores, etc.
A raíz de esto, el Estado ha promovido medidas para incrementar tanto la natalidad como la inmigración; en lugar de estrategias para recuperar a su población joven fuera del país. Sin embargo estas medidas no han sido tan efectivas, dado que priorizan la inversión, por encima del aumento poblacional. Es así que se acusa al presidente actual Luis Lacalle Pou de querer atraer principalmente a gente rica y obtener capital ‘fácil’, cuando bien pueden atraer a una masa laboral activa, menos privilegiada, pero emprendedora.
Entre los beneficios que ha desplegado el país para incrementar el índice de natalidad se encuentran las licencias laborales por paternidad y maternidad, y aumentar el número de centros gratuitos de cuidados para niños de entre 0 a 3 años.