Ana Estrada tiene 44 años, es psicóloga y una activista por el derecho a una muerte digna, como ella lo define. Fue diagnosticada a los 12 años con polimiositosis, una enfermedad autoinmune y degenerativa que provoca un daño muscular irreparable y debilita el cuerpo “de manera insidiosa y progresiva”. Desde entonces, la vida de Ana cambió drásticamente.
Desde que creó su blog Ana Busca La Muerte Digna, ha presentado públicamente su caso y su deseo: tener el derecho a elegir, una vez que ella esté preparada, el día de su deceso. Y es que este blog le ha permitido concientizar a la población sobre su enfermedad y ha abierto un debate bioético sobre la eutanasia.
Hoy asistió a una sesión virtual con el 11° Juzgado Constitucional de la Corte Superior de Lima, la cual respondió su demanda de amparo que presentó apoyada por la Defensoría del Pueblo en febrero del año pasado y con la finalidad de que el Estado peruano reconozca su derecho a tener una muerte en condiciones dignas. [Puedes ver la sesión haciendo click aquí, vía Wayka]
La vida a través de la enfermedad
A pesar de los esfuerzos que Ana y su familia realizaron para paliar y controlar la enfermedad, su cuerpo fue degenerándose. A los 18 años comenzó a utilizar una silla de ruedas para desplazarse y esto acarreó que comenzase a necesitar asistencia para realizar actividades básicas. Sin embargo, pudo terminar sus estudios superiores de Psicología en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ejerció su carrera hasta lograr ser independiente.
Sin embargo, llegó el año 2015. Año en el que su enfermedad atacó su sistema respiratorio y le tuvieron que realizar una traqueostomía. Meses después regresó a su casa, en enero de 2016, pero acompañada de enfermeras que debían supervisarla durante todo el día. Esto significó también el aparente final de su ejercicio profesional, debido a su incapacidad física para ejercer.
“Mi cuarto es casi una UCI, tengo mi ventilador, tengo mis equipos médicos, y si es que yo necesito algo, como yo normalmente no puedo hablar, tengo que hacer un sonido con la lengua para que mi enfermera se acerque cuidadosamente y me atienda si es que yo necesita cambiar de posición. Porque, repito, no puedo mover absolutamente nada de mi cuerpo”. Fue el testimonio dado por Ana hoy en la sesión.
Una muerte digna
Este largo camino para luchar por una muerte digna fue emprendido meses después en 2016, tras otra recaída y hospitalización. “Fue ahí que me di cuenta que esto ya no era vida para mí, que yo ya lo había perdido todo. Y me di cuenta de que en mi país está criminalizado si es que alguien me ayuda a ponerle fin a mi sufrimiento y poder morir [sic]”.
Al respecto, el Código Peruano establece en el artículo nro. 112 que “el que, por piedad, mata a un enfermo incurable que solicita de manera expresa y consciente para poner fin a sus intolerables dolores, será reprimido con pena privativa de libertad no mayor de tres años”. Esto es, de practicársele una eutanasia, el personal involucrado se enfrentaría a un proceso penal por dicho acto.
Una decisión consciente y un camino sin descanso
El amor que Ana tiene por la vida es el que la ha inspirado y empoderado para poder continuar su objetivo. Una de las pocas libertades de las que ella puede gozar es el de elegir cuándo finalizar su vida, con la debida atención y de manera digna. Asevera, y su entorno más cercano puede dar testimonio, que no ve esta decisión desde la depresión o resentimiento; ha llevado diversas terapias psicológicas y ella es consciente y está decidida de su elección. Está feliz de poder ser escuchada y de que su caso haya llegado hasta el Poder Judicial. Que no haya habido precedentes en nuestro Código Penal no significa que no exista un derecho a la libre elección.
La sentencia con respecto al expediente será aún evaluada y se dará en un tiempo razonable. Hasta entonces, Ana volverá a su “casa UCI” a esperar este fallo. Su historia aún se escribe sobre el papel.