Fuente: La República
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Un momento de unidad y jolgorio en la ciudad

Aquel 5 de junio, un día antes de las votaciones para elegir al próximo presidente del Perú, fui testigo del efervescente espíritu colectivo que irradiaba el cierre de campaña de Pedro Castillo Terrones, rondero chotano y profesor sindicalista candidato a la presidencia de la República por el periodo 2021-2026. En la histórica plaza Dos de Mayo, el lado más pluricultural del Cercado de Lima, el ambiente era de unidad y jolgorio pese a la creciente polarización política del país.

Eran casi las ocho de la noche cuando apresuré el paso hacia la plaza. Iba por la avenida Alfonso Ugarte y en la medida en que me acercaba, las personas se sumaban con pancartas en mano desde las calles aledañas y arreciaban cada vez más las bocinas, los bombos y el clamor popular. A lo lejos, las banderas rojiblancas flameaban bajo el denso cielo negro y la bruma invernal. Cerca de la plaza entregaban volantes, revistas, semanarios que operaban como órganos de expresión de diferentes colectivos y organizaciones culturales que simpatizaban con la figura de Castillo. Era una noche prometedora.

Al llegar todos miraban fijamente hacia uno de los balcones de las típicas casonas coloniales de la plaza. Ahí fue donde, minutos después, apareció Pedro Castillo para cobijar la velada y propiciar un surco de esperanza hasta al más desentendido en política: “Este domingo vamos a escribir la nueva historia del Perú con el lápiz de la cultura y la dignidad”. Redondo. Notable. Una frase tan sólida, inteligente y edificante como el lápiz mismo; lo que se le reclamó en los debates televisivos, aquí lo demostró con creces.

Minutos después, ese mismo lápiz, que es emblema y estampa del partido político Perú Libre, se paseaba encima del mar de gente. “Arriba el lápiz”, se oyó fuerte, cuando al instante sonó “Qué linda flor”, memorable huayno cajamarquino, y los zapateos (y las infaltables cervezas) se hicieron sentir. Ese lápiz no estaba hecho de madera, sino de gruesos fierros de construcción, fueron tres o cuatro minutos en los que me pasé sosteniéndolo, riendo por las ocurrencias de quiénes se animaban a formar la fila para cargarlo. Por un momento nos detuvimos, nadie definía con claridad el norte del lápiz, unos lo movían hacia atrás, otros hacia adelante, pero este divisionismo se resolvió rápidamente en plena algarabía, con risas, huayno y un poco de fuerza brusca para que el movimiento del lápiz no se detenga y siga su camino. 

Durante esta pequeña peripecia política experimenté un sentido de pertenencia, me sentí cohesionado en un ideal, aglomerado y feliz en torno a la multitud de simpatizantes, pocas cosas hay tan poderosas que arengar, cegado tal vez por una luz interna, y expresar la esperanza que uno como votante y ciudadano genuinamente deposita, al menos así el firmamento no luce tan mal. Esta fiesta fue, sin duda, uno de los pocos y verdaderos encuentros con nuestra pluralidad que se experimentó en la campaña presidencial 2021, un encuentro con nosotros mismos, un acto de fe hacia el entendimiento generalizado por encima de la incertidumbre de la crisis multinivel que hoy sigue ganando terreno. Vibras, tensiones pre-bicentenario.