El mercado más importante de San Juan de Miraflores siempre ha sido la cuna de los ambulantes de todo tipo. Comida, prendas de vestir o artículos diversos para el hogar se ofertan en los alrededores del mercado.
El mercado Ciudad de Dios representa la cúspide de la informalidad en San Juan de Miraflores. Se puede encontrar de todo, desde algún aperitivo para saciar el hambre, hasta algún regalo improvisado Todos los vecinos lo saben, las autoridades también; sin embargo, el último operativo de fiscalización se realizó en diciembre del año pasado.
Flor, dueña de un puesto de chicharronería en los alrededores del mercado, es de las pocas ambulantes reguladas y autorizadas por la municipalidad. “La mayoría no tiene papeles, sobre todo los nuevos”. La situación laboral de los últimos dos años obligó a varias personas a trabajar -a tiempo completo o parcial- de forma ambulatoria. Ciudad de Dios, al albergar una gran cantidad de compradores, es el punto predilecto para que el comercio ambulatorio florezca.
“Ya no hay tanto desorden como antes, ahora por lo menos la gente tiene más cuidado y no se alborota”, señala Flor. Una de las principales preocupaciones al respecto de los ambulantes es que estos no cumplan las medidas sanitarias necesarias. Este pensamiento parece ser lo único que detiene a los visitantes del mercado de volver al caos habitual pre pandemia.
En la entrada del mercado se vislumbra entre las rejas un letrero: “Prohibido el comercio de ambulantes”. El cartel, deteriorado y maltratado por el tiempo y la lluvia típica del invierno limeño, es una presentación bastante gráfica del control sobre los ambulantes informales en la zona: casi invisible.
A las afueras del mercado, el suboficial Martín es el único policía a la vista. Se encarga de evitar que tránsito se estanque y de verificar que no haya ningún disturbio en el exterior del mercado. Martín es habitual consumidor de carretillas de mazamorra o puestos de churros.
“De vez en cuando viene fiscalización a desalojarlos, pero ya es imposible. Siempre vuelven, necesitan trabajar”, declara el suboficial al ser preguntado por los ambulantes. Quizás sea por su juventud -no aparenta pasar los 30 años-, pero parece que él ha empatizado un poco con la gente, aunque recalca que siempre hay malhechores y que la zona sigue siendo bastante peligrosa.
Desde hace varios meses no ha ocurrido ningún disturbio en la zona. Quizás sea por eso que se permite la presencia de los ambulantes: porque todavía no se rebalsa el vaso. Si en algún momento la situación cambia, el futuro de estas personas es incierto.